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Mi mayor problema es querer detener el tiempo.
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Ayer por la noche, mientras intentaba dormir (y mientras pensaba en la frase de
acá arriba) ella se acerco, yo de espaldas la sentí, dos ruidos: el de mi
lapicera que pateaba sobre la alfombra y el tintineo cadencioso de la piedra
que le cuelga del cuello. Se acercó, sí. Y yo me quedé ahí.
Puso
suavemente una mano sobre mi cabeza y me acarició con la misma intensidad y
tibieza de mi cuerpo debajo de las sabanas. Dos, tres, cuatro y así... me di
vuelta pero me pidió, por favor, que no, que no me despertara. Le agarre la
mano, la puse sobre mi cara y se la besé. Entonces marcó con sus dedos los límites
de mi gesto y se fue.
Aún
con los ojos cerrados, respiré, respiré, y me subieron ganas de llorar.
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