No lo podía
creer
cuando
levanté la vista tu sueño estaba ahí
atrás de un
biombo acurrucado
con la
espalda al cielo todavía
hinchándose al
compás de mis pasos tenues de madrugada cenicienta
te oía
respirar la cama
moverte antes
y después
del sonido
que hago cuando froto mis dos hombros
te oía
acariciar el colchón con los empeines
y desplegar
las líneas de tu pelo
como si la
noche vieja se hubiera vuelto líquida
Entonces
para no dejar
de escuchar tu chapoteo
aprendí
volví a
aprender
a hacer las
cosas todavía más banales
Cuidé con el
tórax destemplado
que no se me cierren
los oídos del cansancio
y prendí en
silencio (y despacio)
una hornalla
de coronas calladitas
la pava, el
mate, la palma de mi mano
en blanco
esperando uno
dos tres movimientos
Y así a cada
pliegue de las sábanas
una frase me
explotaba en silencio entre los dedos
y el crujir
de tu colchón me amanecía
cubriéndome con
ámbar las dos hojas
Durmiendo al
lado mío me enseñaste
¿sabés?
a leer con la
voz acuclillada en la garganta
a desmenuzar
mis movimientos con ternura
a pedirle al
resto de los muebles un espacio
y correrlos
con los ojos
para que
quepan todos tus espasmos
Así durmiendo
me enseñaste
que el sonido
de mis pies
que mis pies en
realidad
no son más que
un ruido tremebundo
hueco, desolado
que lejos de
darme vida
me prohíben
escucharte
y visten la
mañana de pura atrocidad
No te vayas
de la cama
no
desanudes la
hoja blanca de tus piernas
no permitas
que vuelva a embrutecer
este espacio
con mis sones digitales
No despiertes
todavía
por favor dejame al menos
abrazarte a la
distancia
con un
bostezo enamorado con palabras que se abren
y se abren
y se abren
para dejarle
a la mañana un recoveco