domingo, 22 de septiembre de 2013

José Luis Landet - Taxonomía de un paisaje (Dotfiftyone Gallery, Miami)




Cuando George Sand, la conflictiva escritora del Romanticismo, era tan solo una joven mujer embarazada, una ligera enfermedad la obligó a encerrarse en su habitación seis largas semanas y olvidar durante ese tiempo las cabalgatas por el parque que tanto disfrutaba. Con tristeza pero con esperanzas se encargó de trasladar hasta su cuarto el propio parque: el techo se cubrió de una tela verde, las esquinas rebosaban de ramas de abeto y unas aves tímidas fueron llevadas a volar entre esas cuatro paredes oscuras.

Recrear un paisaje amado, intentar volver a verlo exige que lo conozcamos en toda su intimidad. Traer un paisaje nuevamente ante nuestros ojos nos enfrenta a la necesidad de definirlo de un modo caprichosamente subjetivo: tan solo una tela, unas ramas y una bandada de pájaros fueron necesarias para llevar el bosque de Sand puertas adentro.

Cuando Landet trabaja, su clasificación es el camino certero para conocer hasta el detalle más minúsculo de esas pinturas desconocidas. Así las corta, las tapa, las mancha y casi sin quererlo las rescata del olvido.

Pero su taxonomía es algo más que un modo compulsivamente obsesivo de clasificar y ordenar. La taxonomía es también aquí un modo de narrar porque narrar es reunir sucesos en el tiempo, como pueden reunirse cientos de pequeños cuadrados de lienzos distintos y hacernos creer que nacieron de un mismo pincel.

Las pinturas con las que trabaja Landet, aquellos cuadros empañados por la indiferencia y que algún desalmado abandonó en un mercado de pulgas, fueron en algún momento una narración detenida, una historia visual y llena de íntimas anécdotas que sólo se revelaron a los hombres detrás de las firmas. Son, ahora lo se, como aquellas historias que se escuchan durante generaciones en el centro de una mesa familiar, como si fueran antiguas narraciones orales perdidas también tras un retrato oculto, una fotografía mutilada o una serie de firmas manuscritas.

Sólo después de haber mirado con la paciencia de un científico Landet pudo escuchar las anécdotas que aquellos cuadros han contado alguna vez. Pero las mezcló, las fragmentó, las interrumpió amargamente con un muro o una mancha espesa y negra para narrar las historias de una generación diferente, marcada por otros horrores. Así, y sólo así, Landet nos deja entender que regresar sobre las imágenes del pasado y darles un orden distinto no es solamente un modo de crear una obra original sino que así le ofrece a todo lo que nos antecede la chance de no morir en el olvido.

Cargado de esperanzas entonces José Luis Landet ha logrado que en el medio de esta galería de blancas e iluminadas paredes (ya no el oscuro cuarto de Sand) veamos nacer un paisaje completo e íntimo, el que añoramos y secretamente narraremos a los hijos de nuestros hijos.