jueves, 28 de noviembre de 2013

Matías Ercole - Déjà Vecú (Revista Magenta - Noviembre de 2013)



Había un viejo amable, muy amable y sensible, que una vez mientras observábamos una imagen en silencio me dijo algo que ahora recuerdo con ciertas veladuras: las imágenes son un modo de permanencia de la historia; son los documentos de los que ya han escrito otras historias con palabras y guardan historias nuevas o repetidas para sus imágenes. Puede ser complaciente esa frase pero hubo algo que en su momento me inquietó: la imagen como documento.

Aquel hombre tenía más de 70 años, había llegado a la Argentina desde un lejano país del este de Europa y añoraba, en su viudez, los abrazos de su mujer. Era lógico, entonces, que le reclamara a las imágenes la misma carga de historias que su propio cuerpo arrastraba. Y en eso consiste al fin y al cabo: en hacerles decir a lo que interpelamos con la vista aquello que nuestros propios cuerpos quieren contar desesperadamente.

Claro que esa sentencia, la de la imagen convertida en documento, puede hoy horrorizar a más de un historiador actualizado o coleccionista despreocupado en momentos en que el arte que se produce actualmente en Buenos está lejos de cargar con la responsabilidad de saberse un documento de su propia historia y más cerca de narrar lo fútil con cinismo, los encantos personales o las interminables mamushkas de la teoría del arte. Pero hay varias excepciones, claro.

Desde el 24 de Octubre hasta el 29 de noviembre la galería Proyecto A expone los últimos trabajos de Matías Ercole bajo el título de “Déjà Vecú”. Es asombroso pasar por ahí ahora y ver cómo las paredes que antes vestían colores y formas asimétricamente desplegadas parecen haberse callado ante la presencia de la monocromía de Ercole.

Es justamente esta monocromía la que mejor hace destacar las particularidades de la obra de Ercole, y quizás la misma que más confusiones puede crear sobre el trayecto que viene haciendo su obra en los últimos años.

En una rápida ojeada las obras que esta vez presenta pueden parecer dibujos a lápiz de algún paisaje lúgubre e imaginado o la escenificación casi maniática (lo digo por la prolijidad y el detalle) de algún sentimiento abstracto indefinible: plantas que posan en soledad y son absorbidas por la negra oscuridad del fondo, rocas como estalactitas que se paran gigantescas sobre un suelo desolado, o vistas de bosques interminablemente ambiguos.

Oscuridad, desolación y ambigüedad podrían ser palabras que también definan a gran parte de las obras del Romanticismo. Eso fue, sin dudas, lo que las ha caracterizado durante parte del siglo XVIII y XIX. Pero no es esto solo lo que liga en una primera instancia la obra de Ercole con el Romanticismo.

Si observamos con detenimiento y bien de cerca estas obras encontraremos algo nuevo. El trazo fluido, que parecía lápiz desde lejos, es ahora en realidad la huella más rústica del esgrafiado (Ercole pinta con una pátina de cera primero, luego lo cubre de tinta china negra y recién allí dibuja con un agujas o cuchillas liberando las líneas del color negro). Esto y los bordes hasta donde llega el dibujo, las esquinas o los lados de la obra rústicamente definidos en comparación con las líneas netas de la propia obra, nos hacen pensar en los grabados en plancha de metal que circularon por aquellos años (de hecho los grabados de estudios de paisajes o mismo la fotografía antigua de los primeros ensayos son, en sus propias palabras, sus verdaderas referencias).



En el caso de los paisajes de Ercole encuentro una extraña filiación con las estampas de Carceri d`invenzioni (1745-1761) de Giovanni Piranesi. Entiendo que la relación puede parecer abrupta pero es un ejercicio de memoria visual: la aparente fantasía, los espacios confusos e inaprensibles (Ercole crea los modelos de sus paisajes mediante composiciones de su archivo fotográfico, como en un collage), los valores de línea, las oscuridades de los rincones. Claro que aquí, como dije, lo que motivaba la construcción de estas cárceles era algo distinto. Y es ahí donde hay que comenzar a marcar las diferencias y donde mejor se puede comprender la obra de Ercole.

La nostalgia por la antigüedad perdida y deseosa de recuperarse, la voluntad de producir con esta referencia clásica el caos de esos siglos, y el gusto empalagoso por el melancólico paso del tiempo en las arquitecturas no son algo que esté definitivamente en las obras de Ercole. Sus paisajes, sus rocas suspendidas o las plantas, todas las obras que exhibe en Proyecto A no nacen de la melancolía o la angustia. El color negro que predomina  no debe empujarnos a pensar en eso. En primer lugar porque la misma técnica de Ercole contradice cualquiera de esas lecturas lacrimógenas. Los grabados de Piranesi buscaban desesperadamente los contrastes marcados (algo que acentuó en la segunda edición de sus Carceri) y una tortuosa transición hacia los pequeños espacios de luz. Las obras de Ercole en cambio no van hacia el color negro sino que desde el negro van recuperando el color blanco, porque con el esgrafiado quita lenta y pacientemente líneas de negro para descubrir las líneas blancas, donde necesita que la luz invada la perspectiva. “Lo melancólico del blanco y negro es una carga cultural que no siempre se verifica”, me dijo. Por eso esta luz en sus obras no es algo lejano y sufrido sino que es parte de las figuras o se encuentra detrás respaldando los paisajes.

Hace casi cuatro años atrás vi por primera vez uno de estos paisajes de Ercole. Me acerqué con curiosidad a ese plano negro que lentamente iba develando sus figuras y profundidades. A medida que recorría las líneas con los ojos la iluminación de aquel paisaje se despertaba. Hubiera sido fácil rendirse ante la tristeza del color negro y la opresión de la naturaleza desmesurada. Pero algo más que las líneas blancas hizo que aquello fuera imposible. Un adolescente se acercó con su madre a contemplar la obra y sonriendo le dijo: “Mirá mamá, ésta es la obra. El que la hizo tiene 21 años”.

Entendí en ese instante que la obra que estaba mirando había sido hecha por una persona de mi misma edad e inmediatamente la oscuridad desapareció para que mi generación apareciera. Me permití pensar, desde aquel momento, que las obras de Ercole podían ser los futuros documentos de mi generación y de este pedazo de la historia. Incluso él mismo más tarde me diría: “En mis trabajos cuido que el blanco del papel sea luminoso, nuevo, limpio y considero que su contraste con el negro intenso lo conecta con un "blanco y negro" presente, contemporáneo”. Entonces, ¿qué contemporaneidad narrarán a nuestros hijos estos documentos?


                                        


Vuelvo a mirar las plantas que representó Ercole y encuentro entre sus hojas y en el fondo algunos detalles amenazadores: una pierna de mujer, una mano tendida o unos ojos bien abiertos. Es difícil no pensar en el pintor tucumano Joaquín Linares quien en 1978 desde su provincia produjo una serie de pinturas bajo el título “El jardín de la república” en las que se entremezclaban y confundían las malezas selváticas tucumanas y las puntas de rifles militares, o las piernas de mujeres asesinadas, o los hocicos abiertos de perros violentos. Había que buscarlos entre la exhuberancia de la naturaleza pero allí estaban esos indicios del horror, y estuvieron siempre en realidad, durante los años de la dictadura militar.

En esos años cuando lo que se imaginaba era el propio continente liberado, y cuando los fusiles estaban entre la maleza, las imágenes que produjo la historia fueron a veces grandilocuentes, cotidianas, confusas. Hoy, cuando lo que se vive es el propio territorio (porque es desde acá desde donde se debe empezar a construir) las imágenes de esta historia, las de mi generación, se proyectan hacia los bosques irreconocibles o hacia plantas domésticas flotando en la oscuridad.

Es que la confusión y el caos de las cárceles de Piranesi ya no pueden imaginarse porque la historia les ha quitado ese carácter de delirio; porque alguien logró desgraciadamente llevar a la realidad semejante imaginación. Más de 30 años de democracia y testimonios han narrado toda la perversión que la arquitectura carcelaria creó en esos años de negra dictadura.

Como si enfrentara a los arquitectos del dolor entonces (esos que, en palabras de Mauricio Rosencof, han puesto la sofisticación y la ciencia al servicio del castigo) Matías Ercole toma la decisión correcta: la cárcel ya no existe porque las ha “derrumbado” la memoria, la verdad y la justicia, y hay en su lugar un paisaje abierto y contradictoriamente real, porque los paisajes de Ercole son graves pero suaves y esperanzadores. Y así es como debe enfrentar el futuro nuestra generación.




Quiero que se me entienda: no estoy exigiéndole al arte argentino (si es que eso verdaderamente existe) que se vuelva a cargar las espaldas con el “mantón de martirio”. Pero lo contrario también es erróneo porque el olvido no es una alternativa. Y acá es donde el título de la exhibición cobra verdadera importancia.

“Déjà Vécu” es lo que usualmente confundimos con “deja vú”. El déjà vecú es la sensación de haber experimentado en el pasado algo que se vive verdaderamente en el presente. Es la construcción de una historia pasada que no nos ha atravesado nunca, es recordar algo que es nuevo (aunque suene paradójico). Pero además, el déjà vecú deja de lado lo estrictamente visual y lo comprende en el marco más amplio de las sensaciones del cuerpo. Es la sensación de haber estado ya, de haber sido atravesado por todo aquello con lo que la realidad nos estimula, y no solamente estar viendo (a la distancia, vagamente, sin todo el cuerpo) algo que creemos ya haber visto. Y ese desprendimiento de “lo visual” es lo que lo hace aún más contemporáneo para los nuevos límites de las artes visuales.

Déjà vecú es una extraña mezcla de familiaridad con extrañeza, sobrecogimiento y espanto. Es lo mismo que siente mi generación (no dudo en afirmarlo) con aquel pasado negro de nuestro país: no hemos vivido el horror pero lo sentimos como si fuera propio y perteneciente a la historia presente de nuestro cuerpo. El déjà vecú es un modo de apropiarse de la historia.

De ese modo, exigiéndole a lo visual con ese mismo cuerpo (como había hecho el anciano con su frase) cruzado de realidades históricas recreadas es que el arte contemporáneo debe enfrentarse a la creación.

No hay que creer que el arte contemporáneo ya no se enfrenta a nada, que muertas las bestias atemorizantes en el pasado cercano no hay que moler los huesos que hoy pateamos en nuestros paseos. Lo que se debe hacer acá es crear una alternativa fresca sin la obligación de olvidarnos de todo lo sucedido.

Por eso las obras de Ercole ya no plantean un problema sino directamente una solución. No son más la escenificación del horror o la descripción de la opresión o el exilio. Y claro que tampoco son la manifestación festiva de un jolgorio inexistente o de una libertad democrática de cartulina. Las obras de Ercole no nos muestran la presencia humana porque lo que reclaman sus paisajes es justamente eso: ser transitados. De ahí que encuentre necesario, y casi inevitable hoy, que aquellos enormes paisajes que casi cubren las dos últimas paredes de la galería se proyecten en un futuro, se expandan y tomen los rincones, el piso, los techos. A la espera de esa monocromía estaremos dispuestos a caminar por esos bosques: sin miedo ni sentimientos de venganza o de reconciliación.

Matías Ercole - “Déjà Vecú”

Proyecto A – Arte contemporáneo. Av San Juan 560 (CABA, Argentina)

Desde el 24 de Octubre al 29 de Noviembre de 2013


viernes, 22 de noviembre de 2013

22/11/2013

Darse cuenta, al lado mismo de la mujer que se desea, que las revelaciones en las parejas antigüas (esas que consisten en sorprenderse del tiempo que el otro usa sólo) son el momento más ansiado de la vida del amor.

BRUNO


Esto es más fácil de lo que pensaba, más lindo, casi hermoso. No estoy tan mal después de todo, al menos no tanto como podría, o como debiera. Quedarse en la cama es como si nadie te haya visto todavía, como si nadie supiera de tu existencia. Todos creen que estás dormido y por eso te evitan, no cuentan con tu presencia, ni te conocen. Qué curioso, se siente muy normal. Casi toda mi vida acompañado, dulcemente…
Este pijama es realmente extraordinario, sí, me gusta. Todo esto se lo debo a él. Quizás por eso me quedo cada vez más tiempo acá recostado, en mi cama. Sí, claro que es por eso.
La poca gente que todavía se acuerda de mí seguramente cree que son demasiadas las horas que paso acá encerrado. No pueden entender que me guste estar en esta casa, tan repentinamente vacía…Entonces dicen que tengo que salir y me invitan a cenar, me sacan a pasear como si fuera un chico. Pero ya nadie habla conmigo. Salvo mis hijos, o mi hija debiera decir porque para Eduardo fue todo muy duro. Los demás me dicen que lo sienten, que fue todo muy abrupto, o me preguntan si me lo veía venir. ¡Qué se yo!
No, la puerta no se movió, es imposible. Todos creen que todavía duermo y por eso no vienen a verme ni llaman, ni vuelven. Es mejor así. Según ellos necesito estar solo.
Lo pienso, lo decido y lo hago: me quedo en la cama. Desde acá puedo hacer muchas cosas sin tener que darle un dolor más a mis rodillas. Estiro la mano y agarro el vaso que ayer estaba lleno. Ni recuerdo cuándo lo tomé, quizás debí haberme despertado a la madrugada. Pero la madrugada fue hace poco porque mi reloj biológico ya no falla… pero la memoria sí. Bueno, ni importa...No me acuerdo lo que hice hace unas horas pero sí me acuerdo de su cara los últimos meses. Se escapaba de mí, como si supiera. Fue repentino, pero estas cosas siempre son repentinas. La gente de golpe desaparece y tenemos que aceptarlo aunque nos cueste, es natural.
A ver, desde acá también puedo agarrar algunos de los libros que están en el estante sobre mi cabeza, aunque cada vez que agarro uno vuelvo a sentir como un pinchazo en la cadera. Por eso dejé los cuentos completos de Cortázar en mi mesa de luz. Cuando ayer le dije a Eduardo que los estaba releyendo me dijo que soy un insensible, y que en realidad no estaba sorprendido porque yo siempre había sido así. Suerte que no le dije nada de lo del pijama porque él debe estar mal: era el preferido de su mamá, su hombre. Yo desde el living siempre los escuchaba conversar en la cocina. Quizás por eso él tampoco me habla ahora.
Sí, me duele, mierda. Pero no es como un pinchazo sino como un pellizco. Ahí esta otra vez, es lo único que vuelve, lo único…
Antes no me dolía, o eso creo. Con unos masajes se me pasaba. Pero antes también tenía que despertarme más temprano. No me refiero a esos años en que era yo el que le hacía el desayuno a ella, sino a los otros años, cuando todavía no tenía este pijama y la biblioteca de acá arriba estaba llena... Sí, el pijama es fabuloso. Ni se nota la diferencia.
Mejor ruedo hacia el otro lado de la cama y me pongo boca abajo así siento el frío que se acumuló ahí durante toda la noche, o LAS noches porque si me pongo a contar… Ahí está, es lindo el frío. El pijama está caliente como mi cuerpo, pero quizás deba sacármelo y sentir mejor el cambio de temperatura. No, así acostado es más difícil porque me cuesta recoger las piernas, sí, ya me están doliendo. No, mejor no me saco el pijama adentro de la cama porque va a ser raro estar otra vez desnudo dentro de esta cama después de tantos años. Abro las manos, las cierro, abro las manos...Me acuerdo y me dan ganas de reír, aunque en realidad es triste. Igual no me voy a reír porque sería como decirle a esta inmensa casa que nada cambió. Y las cosas cambiaron de verdad. ¿No? Sí, qué se yo... Sí, cambiaron: ahora tengo pijama nuevo.
Su mesa de luz todavía está cerca pero creo que totalmente vacía, salvo por los papeles esos. Después no toqué más nada, creyendo no se qué: ni este cuadro horroroso toqué, este que está arriba del respaldo. A veces lo miraba y pensaba: “Cuando ella no esté más, lo voy a sacar”. Nunca se lo dije, pero lo pensaba. Mañana lo saco.
Eso es lo bueno. Y que puedo quedarme más tiempo en la cama. Y que además puedo quejarme todo lo que quiero.
Bueno, me estoy quejando demasiado y no me estoy levantando nada. Es que este pijama es muy cómodo, no más cómodo sino MUY cómodo. Busqué uno como el otro sin saber dónde los compraba, y eso es raro. Nunca le pregunté dónde los compraba pero me gustaba eso porque era parte de nuestra complicidad. Pero después tuve el mismo pijama un tiempo largo, hasta ahora. Nunca le decía que necesitaba uno, ella ya lo sabía. Iba y me lo compraba. Punto. Con el último fue distinto… Bueno, vamo´arriba, a levantarse... Pero si me levanto voy a tener que sacarme el pijama. No, nadie me obliga. Puedo estar todo el día en pijama. Sí, ahora sí.
¿Pijama o Piyama? ¿Cómo se escribe? Es difícil porque cuando lo pronuncio suena como “lluvia” pero no tiene doble l. Qué lástima que no tengo un diccionario en la mesa de luz. Eso es lo que voy a hacer hoy: voy a ir a buscar el diccionario a la biblioteca y ponerlo acá al lado mío, por las dudas, al lado del otro libro grandote. Me gusta, tanto como mi pijama
¿Cómo puede ser que no sepa cómo se escribe pijama? Bueno, tampoco es una palabra que uno tenga que escribir muchas veces. Aunque ahora que lo pienso Susana quizás lo sepa, lo supiera, lo hubiera sabido, mierda… Y ahora el problema es con los verbos. Sí, un diccionario.
Piya-ma, Pija-ma: suena a nene y se escribe como “pija”. Ah, dije pija. La verdad que me sentí como un chico cuando me compré éste, como cada vez que ella me lo traía envuelto en una bolsa que olía a plástico. No era tan difícil pero era hermoso, aunque el psicoanálisis se queje. Terapia le dicen ahora. “¿Por qué no vas a terapia, viejo? Te va a hacer bien” me dijo mi hija la semana pasada. No se qué habrá querido decir pero, ¡cómo la quiero! Preocupándose por mí antes que por ella, no como Eduardo. Igual los dos se deprimieron mucho después de lo que pasó, y me pedían que los entienda. Claro que los entiendo: siempre fue su madre antes que mi esposa.
Igual hay cosas que el psicoanálisis no sabe, como esto de quedarse en la cama envuelto en un pijama nuevo. Aunque yo a Freud me lo imagino durmiendo en pijama. Pero él seguro que no tenía nadie que le comprara los pijamas como a mí. El que tengo puesto lo compré yo. Toda la gente que usa pijama para dormir son buenas personas, me dijo el día que me regaló el primero. Y yo le creí. Aunque ella no usara pijama....¡me cago en las persianas estas que dejan entrar el sol!
Está sonando el teléfono, debe ser Silvita: siempre llama a esta hora de la mañana para darme el saludo de buenos días, pero hoy no voy a atender porque quiero quedarme en la cama y disfrutar de mi pijama nuevo. Tiene un pantalón corto y una camisita. Aunque no se por qué tiene bolsillos: el otro no tenía, y se lo agradezco. ¿Qué necesidad tiene un pijama de tener bolsillos? Sí, se lo agradezco y tengo que decirlo.. No, no se lo agradezco. Hija de puta. La mortaja no tiene bolsillos… aunque el pijama sí.
Bueno, ahora sí estoy dispuesto a levantarme. El teléfono sigue sonando y quizás llegue a atender. Voy a levantarme a atender para que no piense que estoy deprimido o que directamente me suicidé.
Cruzo el living en pijama pero nadie me ve, es genial esto, es fantástico. Sólo el teléfono ese de mierda que no para de sonar. Mucho silencio en esta casa para ser un día de semana. La quiero, siempre la quise. Cada vez se hace más grande el sonido del teléfono hasta parecer una persona que me grita desde lejos. Y yo ya no escucho más gritos, eso es lo bueno de todo esto. Porque los últimos meses no fueron tranquilos, pero ya pasó. Ahora sólo voy a recodar lo bueno. La muerte no mejora a nadie...
No, no llegué, se cansaron de esperar. ¿Y esto que hace acá en el living? Mi viejo pijama me mira, quizás un poco resentido, “plegado en las sombras como una vieja montaña en un valle anochecido”. Quizás debiera aprovechar para escribir algo de poesía, esa de la que leíamos en la cama cuando nos conocimos. Pero el pijama ese está ahí, aceptando que debía cambiarlo, desprenderme de él. Era hora de que alguien lo haga porque tenía mucha pelusita ya y estaba todo flojo como una baba. Por eso me compré mi pijama nuevo. YO me lo compré, yo. Por eso soy yo el resentido ahora. Debería escupirlo. Pasamos tantas cosas juntos y de golpe… Ahí está, todo agujereado, abandonado, sólo. Esa es la palabra. Sólo otra vez, como cuando era chico.
Otra vez el teléfono y la puta madre que te parió, hija de puta.
Me dijo que yo era un espécimen o espécimen no se cómo mierda se dice. Pero ahora ni eso puedo escucharle decir. Si estuviera acá le diría que sí, que tiene razón, que yo también me quiero morir, y que al menos pertenezco a una especie. Solo que todavía no conozco a todos los de mi especie, pero que muchos seguro se murieron. Y ese viejo pijama está ahí, agujereado, todavía vivo, pero ella no y por eso no me río. Lo estoy mirando y sólo yo me doy cuenta.
Sí, voy a atender, ya estoy bien. Levanto el teléfono y es Silvia, claro. Son todos tan predecibles como este puto pijama nuevo. Estoy bien, sí, claro que estoy bien. ¿Y vos?
¿Eh? Con mamá, sí. ¿Qué?, ¿qué te dijo? Sí, está bien decile que puede pasar a buscar las cosas cuando quiera. ¿Un regalo para mí? ¡Qué cínica que es eh! Decile, decile... decile que se vaya a la... está bien tenés razón. Decile que pase pero que toque timbre porque cambié la cerradura. Listo chau chau, sí sí, besos hijita.

La puta madre con este pijama de mierda me cago de calor. No es una tela de verano, me equivoqué… y ahora que lo veo bien ya tiene un agujerito.

viernes, 8 de noviembre de 2013

12/09/2011

Hace rozar sus dedos entre sí, como si se rascara el mentón pero con ternura. Luego, con esa misma mano, después la tuerce como una araña y marca con ella las palabras.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Gyula Kosice, corrigiendo el azar (o "Volver al futuro" - Revista Debate - Edición 502 - Octubre de 2013)




Su museo-taller del barrio de Villa Crespo, donde aún sigue creando y recibiendo visitas numerosas, tiene en la parte alta de la puerta de entrada una gran gota de acrílico llena de agua y algunos colores. Desde el frente, sin saber cómo, la fachada de aquella casa adquiere un color azul, celeste y gris al mismo tiempo. Es el mismo color de sus ojos, el mismo color de su delantal de trabajo y el de las luces de su museo cuando lo cruzamos caminando esa mañana. Aquellos metros silenciosos al lado suyo fueron suficientes para recordar junto a quién caminaba.
Gyula Kosice (Hungría, 1924) fue un precursor desde bien temprano porque era inevitable. Es que fundar el primer grupo de vanguardia abstracta en Argentina a los 20 años no fue poca cosa. La revista “Arturo” de 1944, el grupo Arte Concreto Invención y el movimiento Madí posicionaron a la Argentina, desde allí y para siempre, a la par de los centros de arte de Europa y Norteamérica.
Pero verlo hoy, con sus casi noventa años, no es solamente estar frente a un precursor sino principalmente delante de un hombre que ha tenido la necesidad de decir cosas en ciertos momentos de la historia. Y que todavía la tiene.

Hace unos meses le han dado la noticia de que se iba a inaugurar una nueva exposición con su obra en el Centro Georges Pompidou, el sitio más emblemático del arte moderno en París.

GK: Es grandioso. Ningún argentino ni ningún latinoamericano ha tenido, hasta ahora, una exhibición personal y tan extensa en ese museo. Va a haber obras de los 40, de los 50 y obras recientes que pertenecen actualmente al patrimonio del Pompidou. Para mí es un segundo éxito en Paris porque el primero fue el de allí, mirá ese poster, en 1960. Ahí expuse por primera vez obras hidráulicas, en la galería Denise René. Algunas de esas obras las adquirió en su momento el Museo de Arte Moderno de París. Cuando éste se cerró, y se creó el museo de la Ville de París, le dejó tres obras al Pompidou.

¿Y cómo es ese Paris de hoy comparado con el de aquellos años?

GK: No sé. Voy a reconquistarlo de cualquier manera. Porque se puede escribir mucho sobre mi obra pero lo más importante es meterse en ella, sino resulta anecdótico. Todo obra debe ser una creación, no una copia de la realidad: ni una transfiguración ni una alegoría. Esto ya lo había dicho yo en 1944 en la revista Arturo. Y allí también dije que el hombre no ha de terminar en la tierra. A partir de eso yo empecé a hacer maquetas de la “Ciudad hidroespacial”.

El agua apareció en la obra de Kosice bien temprano, cuando en 1948 hizo “Una gota acunada a toda velocidad”. Luego vino el plexiglás, las luces de neón, las burbujas, el agua en perpetuo movimiento, los colores. Hace algunos años atrás, reflexionando en su “Autobiografía”, Kosice comprendió de dónde provenía aquella obsesión por el agua y las luces. Recordó, entonces, el primer gran viaje que a los 4 años lo traería a Argentina desde Kosice, su pueblo natal: un viaje en barco de más de 30 días donde lo único que se podía observar de noche era el agua y las estrellas.
Hasta aquel momento el agua no había sido utilizada como elemento estético pero la preocupación de Kosice por el agua no era solamente plástica. Por ello es que también ha formado parte de grandes discusiones durante los 70 sobre la utilización y el cuidado de este elemento. Es el caso de la “Conferencia mundial del agua” en 1977 donde dio una magistral conferencia al respecto.
Por eso tildar a un hombre de precursor también puede traer el problema de ver las obras por fuera del contexto histórico, desligadas del momento en el cual se crea. Y la “Ciudad hidroespacial” llevó una maduración de años hasta que salió a la luz casi como una obligación, porque en esos años ya no era el arte lo que importaba sino lo que éste podía hacer para el mundo.

¿Cómo nació esa “Ciudad hidroespacial”?

GK: Todo surge de la sobrepoblación. Te explico: el espacio es infinito, nadie lo ha ocupado salvo a veces una nave muy pequeña. Cuando dentro de 20 años la población de China, por ejemplo, sea más grande que su territorio, ¿dónde van a ir? La solución está a 1500 metros sobre el nivel del mar. La gente cree que esa ciudad es una utopía pero no lo es, es una realidad. Vos que sos joven lo vas a vivir.

Usted decía en ese manifiesto de 1971 que el modo de construirla era sencillo. Con el solo hecho de dejar de fabricar armas y de hacer guerras durante un día ese dinero podía ser utilizado para construir la “Ciudad hidroespacial”.

GK: Sí, pero desde aquel momento hasta aquí nadie ha dejado de hacerlo sino todo lo contrario. Los países del este, como Irán o Irak, están haciendo la bomba atómica. Lo que quiero decirte es lo siguiente. Muchas de mis obras tienen un gran componente de agua. ¿Y qué es el agua? El origen de la vida, el lugar de donde nacimos nosotros. Tu cuerpo tiene 70% de agua así como el planeta en que vivimos, que debiera llamarse Planeta Agua.

Entonces esta nueva visita a su obra en un museo de esta categoría le da a esas principales problemáticas una enorme actualidad. Parece como si usted siempre hubiera tenido un contacto con el futuro, mirando el presente pero también hacia adelante.

GK: Mirá, yo he escrito mucho sobre el compromiso que debe tener el artista con la sociedad. Tiene que ser un compromiso total dentro de los cánones sociales. Intervienen ahí la libertad, la paz, y todos los incidentes que componen lo social. En mi vida he tratado de corregir al azar. He quedado huérfano de padre y madre de chico, pero tuve que corregir el azar y seguir adelante. Por suerte me encontré con un libro de Leonardo da Vinci en sexto grado inferior. Me lo prestó un bibliotecario de la Casa del Pueblo. Me prestaba un libro por semana y me pedía que le jurara que se lo iba a devolver. Cuando leí a Leonardo me entusiasmó muchísimo. No las pinturas de él sino los inventos: los submarinos, los aparatos para volar, los puentes levadizos.

¿Corregir el azar es como querer controlar el agua como hace en sus obras?

GK: No, vos tenés una obra, la diseñás y hacés una maqueta. Ves que algo está mal y ya no sirve. Hay que destruir todo y empezar con la idea adquirida de lo malo que hiciste y corregir el azar. El automatismo de los surrealistas no vale, el azar sí. Vale porque está en cada movimiento del ser humano. Pero hay que corregirlo.

¿Y qué se necesita para corregirlo?

GK: Pasión, mucha pasión. Cuando vos, por ejemplo, elegís una forma de dicción en el universo. Si sos periodista y lo hacés con pasión, vas a ser un gran periodista. Pero te tenés que avocar solamente a los cánones del periodismo. Y eso mismo pasa en el arte.

Aquella pasión le permitió a Kosice mantener sus pensamientos sobre el arte y sobre la poesía por sobre muchas circunstancias que podrían haberlo obstaculizado. Recordará aquel encuentro difícil con Joaquín Torres García, cuando le llevó con entusiasmo su primera escultura móvil “Röyi” y el legendario vanguardista uruguayo señaló: “Esta obra no tiene porvenir”. O también sus largos años de fabricante de carteras en una pensión de Buenos Aires mientras planeaba exposiciones en Europa y convivía con sus primeras obras, con sus primeros poemas, con sus primeros manifiestos.

Mencionaba usted la necesidad de compromiso en el arte. ¿Hoy en día sigue siendo necesario?

GK: Yo he tenido la suerte de poder entrevistar y trabar amistad con innumerables personalidades como Sartre, Malraux, Le Corbusier, durante mi estadía de una década en París. Y el arte debe seguir teniendo compromiso, ¿sino por qué hago yo esto si no es para equilibrar? Sobre todo pensando en los monumentos que he hecho. Como el de la democracia aquí en Buenos Aires o el de la cultura en La Plata.



Cuando Kosice inauguró el Monumento de la Cultura en La Plata en 1982 leyó un texto soberbio, de denso compromiso: “La crisis energética, la brusca fractura de los valores y las verdades entendidas, los desequilibrios ecológicos que amenazan al planeta, los paraísos tecnológicos y también los infiernos desencadenados por la era posindustrial exigen de nosotros nuevas y audaces concepciones”. Aquel Kosice era el mismo que había visto en Sartre a “un hombre que hizo retroceder el miedo” y el mismo que durante el peronismo fue vapuleado junto a su grupo de vanguardia por el Ministro de Educación Ivanissevich, catalogado como “arte abstracto, arte morboso, arte perverso”, y que estuvo preso tres días en el presidio de la calle Las Heras: “Me tragué tres días ahí sin poder dormir bien. Pero eso fue cuando yo era el editor de la revista “Arte Madi Universal” donde recibíamos colaboraciones de todas partes del mundo. Y se enteraron, no se cómo, me siguieron desde una imprenta de donde salía yo, en el Once porque era la más barata que conseguimos, hasta mi casa y me llevaron... dos tipos. ¿Sabes quien me sacó? La Sociedad Argentina de Escritores. Ellos me conocían porque yo ya tenia unos libros de poesía publicados”
Es ese compromiso el que tuvieron las vanguardias artísticas del siglo XX, el mismo que los empujaba a querer hacer estallar el arte y expandirlo por la vida.

En el texto sobre la Ciudad Hidroespacial dice que es necesario un arte de todos y no para todos. ¿Qué diferencia hay entre una cosa y la otra?

GK: La apropiación y la estima. Una alta estima de cada uno es muy buena. Un ego desaforado es una enfermedad. El ego mata, la estima no.

¿Y eso puede trasladarse a la observación artística?

GK: Sí, muchas veces pasa que uno, envalentonado por lo que puede hacer a través de las convicciones que tiene, embebido en eso, genera un correlato de mucha importancia.

Y en parte esa intención de extender esa apreciación del arte fue el objetivo de Madi en el principio, ¿no?

GK: Madí lo que quiso hacer justamente fue la separación de toda otra referencia a la realidad figurativa. La palabra “creación” ya lo dice.

¿Y cuáles son las ventajas de eso?

GK. Las ventajas son que vos ves una obra “creada” y te das cuenta de la diferencia con otro tipo de obras. Una creación total es inédita, no se conoció antes, no se vio en el mundo antes. Mirá esa obra, levantate y mirala. Ahora prendé el interruptor. ¿Lo viste alguna vez? Esa es la realidad de las obras, todas las obras son creaciones totales.

¿Por eso es que se parece tanto su arte a la poesía?

GK: Sí, completamente. Yo fundé Madí, en ese momento en que leí el manifiesto allá en el fondo de la Galería van Riel, y decía que Madí debe ser también poesía, danza, arquitectura.

Madi, el arte en general, ¿puede cambiar el mundo?

Por un momento Gyula hizo un silencio y dejó de responder con tanta convicción. Sus ojos dudaron y volvió a mirarme.

GK: Te diría que lo puede poetizar.

¿Cómo?

GK: Simplemente viendo obras de arte creadas, así se poetiza el mundo. Y después viene la celeridad y la paz. Ese es el estado en que no hay guerras ni revoluciones, nada. Yo creo que eso el arte puede alcanzarlo.


Un murmullo ascendía desde la parte principal del museo-taller casi en el mismo momento en que pronunció estas últimas palabras. Eran pequeños gritos de sorpresa y el retumbar de pasos cortos que parecían estar corriendo. Pero de pronto se tranquilizaron. Al salir de allí, atravesando todas las salas del museo, observé que en el piso y solamente iluminados por las luces de sus obras, más de veinte chicos con guardapolvos de jardín levantaban el mentón y convertían sus ojos en burbujas. Querían hablar, querían preguntar, querían contar. La poesía estaba ocurriendo allí, entre las obras de Kosice y las manos alzadas de esos niños. Volví a ver esa gota que cuelga de la puerta y recordé aquello que escribió Kosice: “Me envuelve el júbilo de permanecer como una gota de agua en la caudalosa corriente de la memoria colectiva”. Entonces me fui satisfecho, confiado en que lo que dejaba detrás no eran tan sólo obras de arte sino un hermoso futuro.


4/11/2013 (papel de manifiesto)

"Quiero que la gente se calle tan pronto deje de sentir"