viernes, 24 de octubre de 2014

Arte y vida

Hay que vivir solo
siempre
mirá si te morís
y el otro tiene que andar conviviendo con tu espacio
olfateando una remera
argumentando una sonrisa
mientras intenta tragar muy lentamente
la margarita seca
que tiene metida en la garganta



Kazimir Malevich - Ataúd (1935)

domingo, 19 de octubre de 2014

Los vencedores y los vencidos - El arte de ultimar (Revista Debate Octubre de 2014)


Todo museo es el resultado de un acto de violencia: excluyen, seleccionan, modifican. En el caso del Museo de Arte Moderno, aún con sus pretensiones de renovación, no se puede dejar de lado que cuando se crea en 1956 el gobierno que lo avala es el mismo que había dejado soltar una serie traumática de bombas en plena Plaza de Mayo. Preguntarse cómo la colección de arte argentino que en estos 60 años ese mismo museo ha construido manifiesta la violencia de este tiempo histórico es lo que la historiadora, crítica de arte y curadora Ana María Battistozi sintió como algo inevitable y, quizás, también necesario.




Con un título especialmente tajante y provocador “Los vencedores y los vencidos”, la muestra que recientemente ha inaugurado el MAMBA y que se podrá ver hasta el 9 de noviembre, exhibe con ese recorte temático una selección de obras de arte argentinas que, dentro de la colección del museo, vemos hoy como “cajas de resonancia de la violencia de nuestro tiempo”, según sostiene la curadora.
Desde las figuras abstractas de Alberto Greco de 1960 hasta las figuras inquietantemente reales de Gonzalez Giles de 2010, las conclusiones a las que podemos llegar sobre el vínculo entre el arte y la violencia son varias y todas contundentes.
Excepcionalmente esta muestra es una de las pocas en el año en la cual tenemos la oportunidad de que las variaciones estéticas que recorren la segunda mitad del siglo XX o los rasgos estricamente plásticos queden en segundo (y tercer, y cuarto) plano. Las teorías artísticas o los debates conceptuales se retiran a observar, empequeñecidos, cómo la violencia que se atraviesa en un momento histórico determinado grita o susurra... donde puede y como puede.
La violencia es, mal que nos pese, una de las únicas acciones humanas que lejos de encontrarle solución le vamos encontrando nuevos nombres: ante su magnitud lo único que podemos hacer es, en un principio, saber reconocerla. Y muchas de estas obras, por su variada procedencia geográfica, histórica y social, nos permiten recordarlo: hay muchos tipos de violencia.
  



Porque la brutalidad de la “Crucifixión” de Gómez en 1983 convive en la misma sala con la frágilidad de los vidrios de Mónica van Asperen en “Comunicación celeste” (2001). Y no es casual que estas dos obras, alejadas espacialmente en la muestra, coincidan con los pilares temporales de un período democrático al que culpamos de haber seguido engendrando la violencia que hoy vivimos.
Están también presentes las huellas silenciosas y calmas que ha dejado la violencia, como en la fotografía de Santiago Porter que construye con un objeto y un retrato la tragedia de la AMIA.




O la violencia por exclusión, esa que obliga y que determina el ocultamiento, la marginación. Es el caso de la obra de Daniel Ontiveros donde carteles y objetos de nuestra cotidianeidad conviven ordenados en una pared con una sentencia letal de Walter Benjamin: “La tradición del oprimido nos enseña que el “estado de emergencia” en que vivimos no es la excepción, sino la regla.” En el mismo tono Jorge Macchi hace del recorte de mensajes en la vía pública un caso de violencia: no tanto por la frase que construye sino porque obliga a los discursos de otros (completamente ajenos a aquella frase) a decir lo que él quiere.
Pero si de violencia se trata hay que destacar uno de los anteproyectos de cárceles que Horacio Zabala hace en 1973. Ya plenamente consciente de la crueldad de la técnica, oliendo quizás de cerca el rol represivo del Estado, este sencillo y fundamentalmente frío boceto arquitectónico es prueba de cómo el arte puede subrayar lo que vendrá: faltaban tres años para que se desatara un plan sistemático de control, dominio y exterminio de personas en nuestro país.




Sin embargo la muestra cae en algunos errores. Poco importan al recorrerla las diferencias entre la fotografía de toma directa o la postfotografía, por ejemplo, o las circunstancias en que Kuitca y Prior realizaron su obra, todas aclaraciones que Battistozi cree necesario escribir al lado de cada pieza. Cuando lo que realmente logran esos pequeños textos es contraproducente: distancian, retardan e historizan excesivamente la violencia que aún hoy tienen las obras exhibidas. Y esa es la violencia que ejerce el museo aunque no quiera, aún en pleno siglo XXI: exhibe casos con frialdad, en grandes y pulcras salas blancas iluminadas como un shopping pero no desliza una propuesta. Quizás por eso la amarga sensación con que podemos salir al recorrer “Los vencedores y los vencidos” no provenga de la “violencia” de las obras sino de la “violencia” con que son exhibidas.
De un lado al otro de la muestra (de un lado al otro del territorio argentino) los rincones del museo parecen decirnos lo mismo: la violencia no ha cesado y no tiene solución.





miércoles, 15 de octubre de 2014

Antes que pase el temblor

Yo me cuido de lavar toda mi ropa
un taladro y un cepillo
en cada una de mis manos

su cámara vieja
sin rollo y oxidada
oscilando sobre un pozo

y que ni esta vez pueda ser él
el que salga en esta foto
porque no hay más que pibes
como yo
sonriéndole al flaco esqueleto que realmente era

y ahora que él se fue
no hay ninguna foto mía
volvé, por favor

hacé de mi la imagen de tus errores