Hace muy poco tiempo la utopía de los Bellos Jueves se
acabó. Así, abruptamente y sin previo aviso el
ciclo que organizaba el MNBA se canceló de un día para el otro. Muchos
son los que han llorado ante las redes sociales, muchos también los que festejaron
en pos de una supuesta mejor conservación de las obras, y algunos pocos los que
alentaron una convocatoria por internet para volver a revivir el ciclo (alojada
actualmente en change.org). Haremos aquí un repaso, no tanto de las cinco
ediciones que lograron hacerse en 2015 sino de la situación sobre la que nos
permite reflexionar esta repentina cancelación. Estas palabras no buscan
develar un chusmerío ni mucho menos tratar de culpar a nadie de nada. Estas palabras
son un muy humilde intento por develar hacia dónde salimos cuando tenemos estos
problemas en la producción de cultura: de los laberintos no se sale por arriba
sino atraveasando las paredes.
En la publicación que se editó sobre Bellos Jueves 2014
cerré mi texto con una cita de Antonio Gramsci. En esas palabras Gramsci
apoyaba la idea de que no podemos exigirle al arte que eduque sin antes lograr
una realidad moral distinta. Con esta cita, bastante esperanzadora por cierto, pretendí
darle un matiz militante a las posibilidades futuras frente a las que se paraba
el ciclo para el año 2015: una mejor explicitación de los nexos curatoriales, una menor opacidad visual de los vínculos
entre moderno/contemporáneo, y una mayor apertura del consumo visual del arte
contemporáneo con el objetivo de impedir que Bellos Jueves se convierta solamente
en un lugar y un momento de reunión mensual para los mismos participantes del
campo artístico de Buenos Aires. Algo que de algún modo también señalaba Alejo
Ponce de León en la misma publicación: “El ciclo revela algunos de los
mecanismos esenciales de la comunidad artística porteña y de las cosas que
la hacen feliz”, escribió.
Sin embargo, sabiendo que Bellos Jueves estaba en plena
gestación, brindábamos por convertir el ciclo en un lugar desde donde poder
doblarlo, cuestionarlo y modificarlo. El voto era para construir un Bellos
Jueves más dialogal y menos endogámico. No quiero hacer un elogio del diálogo para
no darle cabida a un discurso político reaccionario e irritante que se viene
escuchando hace varios meses y que repite como un mantra estúpido la necesidad
del diálogo como mera herramienta publicitaria mientras pretenden que las
protestas, los reclamos y las movilizaciones populares “dialoguen” con la
policía o con la sordera estatal. No, no quiero quedarme con ese tipo de
diálogo. Pero la idea del diálogo fue parte fundante de los objetivos del
Bellos Jueves allá por 2014: un diálogo que buscaba situar en mismas
condiciones al arte contemporáneo y a las ya museificadas representaciones del
arte universal/latinoamericano; y en la misma medida un nuevo diálogo entre un museo
y su público.
En este nivel institucional Bellos Jueves buscó incursionar
en el formato de la peña, hacer del museo un espacio de encuentro. Y esto es lo
que más nos interesa. Porque desde ese lugar resulta más paradójica la intempestiva
cancelación del evento. Las peñas son eventos que definen un espacio de modo
espontáneo y consensuado por un grupo social. Las peñas se arman
improvisadamente en pisos de tierra por el propio empuje de las necesidades de
festejo o de reunión. Por eso es extraño que se ofrezca un espacio tipo peña.
Porque las peñas no se ofrecen antes de existir la necesidad de reunirse. Y si suponemos
que la institución-museo (por extensión, el Estado) supo oír esa necesidad de
reunión artística, por el otro lado esa misma institución ahora ha tomado arbitrariamente
la decisión de que esa necesidad ya no existe: así de histérica es la creación
o la cancelación de estos espacios cuando no nacen de abajo hacia arriba, como
respuesta a necesidades cocinadas a fuego lento.
Por eso debería resultarnos más violenta la cancelación.
No porque se nos acabó la fiesta sino porque los mismos que parecían
escucharnos ahora decidieron por sobre nosotros. Y lo han hecho, además, esgrimiendo
el viejo argumento de la “reorganización interna” (ver Facebook Institucional
16/09/2015). Palabras fácilmente reconocibles para cualquiera que haya sido
despedido de una empresa privada durante años de neoliberalismo feroz con el
respaldo de la flexibilización laboral.
Vamos a aclarar los tantos. Bellos Jueves no se canceló
por la nota que publicó La Nación sobre los peligros que corrían las obras (ver
“Patrimonio: ¿quién cuida las obras del Museo Nacional de Bellas Artes?” en La
Nación, 30/08/2015) sino no hubiera salido a desmentir rápidamente ese peligro
(ver “Las políticas de inclusión del MNBA también molestan” en Facebook
Institucional, 31/08/2015). Bellos Jueves tampoco se canceló por las opiniones
del nuevo director Andrés Duprat (ver “El desafío de meter el Museo de Bellas
Artes en el siglo XXI” en La Nación, 11/09/2015) ya que éste todavía no está en
ejercicio de su cargo.
El problema de Bellos Jueves es el que escondía en su
regazo. Chocó con eso que más se distancia de la dinámica espontánea, colectiva
y autogestiva de los centros culturales: los meandros y misterios de la
política estatal. Es que, como dice Rudolf Rocker, el Estado es obra de algunos
individuos aislados mientras que la cultura extrae sus orígenes de la comunidad
entera.
La cancelación de Bellos Jueves se liga, de este modo, a
la extraña y también bastante despótica decisión de desplazar a algunos países
participantes de la Bienal del Mercosur. En ambos casos las cancelaciones se vieron
teñidas de disputas políticas o económicas. Es decir que, ¡vaya sorpresa!, las
manifestaciones culturales que se proyectan desde los sitios hegemónicos donde
la disputa por el poder es bien fuerte están todavía más regidas y
condicionadas por los vaivenes del sistema político y/o del económico. Vieja
conclusión, nuevo tiempo.
Pero queda algo más por pensar hacia el interior de la
comunidad artística. Tanto en el caso de los Bellos Jueves como en el de la
Bienal del Mercosur las reacciones tomaron la forma de los petitorios virtuales:
un modo bastante poco contundente si lo que se quiere es modificar el estado de
la cuestión. Lo que sucede es que el mundo del arte aún tiene mucho que
aprender de las estrategias de los colectivos sociales y de las organizaciones
populares, que lejos están de dejar flotando una propuesta en internet (o al
menos lo hacen de la mano de otras tácticas), y más cerca están de poner el
cuerpo y manifestarse, de exigir a cara descubierta y de gritar cuando eso es
necesario. La última vez que sucedió esto en el campo artístico, allá por 2012
con los Artistas Organizados (un nombre bastante ingenuo que dejaba en claro
una historia previa de no-organización), la voluntad colectiva se diluyó
copiando los peores vicios de la izquierda argentina.
Bellos Jueves nace en el seno de un modo de producir
cultura que tiene sus valores pero que también tiene sus grandes defectos. Bellos
Jueves dejará en nosotros una enseñanza sobre cómo y desde dónde se pueden
generar efectos más duraderos. Es claro que esa larga duración de los efectos
culturales no se consigue generando solamente un encuentro de calendario ni
efímeras relaciones entre artistas, sino confeccionando y dándole visibilidad a
los diálogos que hacen posible la cultura.
No por casualidad lo único que hasta ahora ha
pervivido a la cancelación de Bellos Jueves, aún con sus traspieses por cierto,
son las “Visitas rapeadas”. Esa experiencia, de la que fui una de las tantas
piezas junto a lxs raperxs y a la coordinación de Villa Diamante, se expandió
en estos últimos meses a una presentación en Tecnópolis y a una reciente y muy
pertinente fecha en La Noche de los Museos. La experiencia de las visitas
rapeadas son fruto y dan como fruto un diálogo que sólo en apariencia parece
cerrado e inmóvil. El proceso de confección de las visitas rapeadas es arduo y
de búsqueda de consensos: no todo puede ser permitido ni todo puede ser
objetado alrededor de una obra de arte. El producto terminado de cada visita
rapeada es la conclusión de una serie de elaboraciones, conversaciones y
tráfico de información diversa y heterogénea (en distintas direcciones) que
hacia el final da cuenta, bajo la forma de una o tres canciones, de un
aprendizaje: tanto de quien canta como de quien les habla. Edición tras edición
ambos (lxs raperxs y yo) nos hemos visto enfrentados a nuevos conocimientos, a nuevas
lecturas y a desafíos distintos por la variedad de obras elegidas y por la
variedad de personalidades. Ese mismo proceso es lo que se torna inevitable
pensar cada vez que se escucha una de esas canciones: detrás de una letra,
detrás de un ritmo y de una percepción se esconden un sinnúmero de aportes,
confluencias ideológicas y necesidades sentimentales. Detrás de cada bit,
detrás de cada rima se esconde un mes de pura vida y preguntas genuinas sobre
la producción artística y sus contextos. ¿Qué queremos decir HOY sobre lo que
ayer o hace siglos se produjo en el mundo? Y ahora me doy cuenta que esa es
también la mejor pregunta que podemos hacernos ante un proyecto trunco como
Bellos Jueves, ante la posibilidad de seguir creando estos espacios.