jueves, 9 de junio de 2016

Superficies de contacto (texto de exhibición) - Clara Tomasini, Galería Acéfala, Marzo de 2016


Embeber un objeto en fijador, apoyarlo sobre papel fotográfico y exponer ese mismo papel a la luz. Con la espera el objeto se revela.  Apoyar otro objeto sobre papel fotográfico, exponerlo a la luz: la imagen se fija. Con la espera el objeto desaparece.
En un primer vistazo poco tiene que ver esto con el clásico procedimiento fotográfico, y mucho menos con la memoria. Sin embargo estas obras calan hondo en ese matrimonio desgastado entre la memoria y la fotografía dándole la oportunidad de un nuevo romance.
La tan celebrada comercialización y democratización de la fotografía se ha hecho a costas de desmerecer la experimentación técnica: la definición, la velocidad y la instantaneidad fueron los objetivos, y los enemigos incuestionables del proceder casi científico (en un sentido tierno) de la experimentación. Experimentar es arriesgarse a conocer de cerca, y a fondo, aún con sus defectos. Recordar también.
Retroceder sobre la técnica fotográfica, ir contra los avances de la tecnología, no necesariamente para avanzar más rápido sino hacia nuevos lugares. Retroceder sobre los recuerdos, ir contra la aceleración inmemorial, no necesariamente para hundirlos atrás sino para conocerlos mejor. Con las obras de Clara el tacto se convierte en un modo distinto de recordar, alejándose completamente de lo visible.
Clara apoya insectos, flores y retazos y le regala a nuestros ojos la sensación de tactilidad de esos objetos. Sus fotografías no son exhaustivas representaciones de cosas del mundo sino sencillamente su superficie de contacto, el modo en que se posaron en el papel: aquello que entregan al tacto pero que no vemos. Por eso Clara está al borde de la fotografía, en el mejor límite entre ver y tocar, un límite tan indefinido como lo que queda de los objetos que imprime. Así despeja de un tumbo la definición tradicional de “memoria fotográfica”: ahora es también memoria táctil. Es que, ¿cuánto más memoria del mundo tiene la textura de un objeto que una imagen de él?
Pero lo más hermoso de estas verdaderas huellas fotográficas es que no son tanto una metáfora de los recuerdos pasados sino más bien de los recuerdos futuros: cuando Clara apoya con delicadeza cada objeto sobre el papel en verdad no sabe qué imagen van a entregar. En cualquier conexión con el mundo, así como en cualquiera de estas imágenes de Clara, nunca sabremos qué sombras, qué recuerdos va a proyectar cada vínculo humano, cada hecho… cada objeto. Y esperar para verlo o presenciar su desaparición es parte del hermoso atractivo de estas fotografías, y del mecanismo de la memoria.


Marcos Krämer, Marzo de 2016



miércoles, 8 de junio de 2016

vEsHo jUeBeh - El Flasherito Diario (Nº 12 - Diciembre de 2015)


Hace muy poco tiempo la utopía de los Bellos Jueves se acabó. Así, abruptamente y sin previo aviso el  ciclo que organizaba el MNBA se canceló de un día para el otro. Muchos son los que han llorado ante las redes sociales, muchos también los que festejaron en pos de una supuesta mejor conservación de las obras, y algunos pocos los que alentaron una convocatoria por internet para volver a revivir el ciclo (alojada actualmente en change.org). Haremos aquí un repaso, no tanto de las cinco ediciones que lograron hacerse en 2015 sino de la situación sobre la que nos permite reflexionar esta repentina cancelación. Estas palabras no buscan develar un chusmerío ni mucho menos tratar de culpar a nadie de nada. Estas palabras son un muy humilde intento por develar hacia dónde salimos cuando tenemos estos problemas en la producción de cultura: de los laberintos no se sale por arriba sino atraveasando las paredes.

En la publicación que se editó sobre Bellos Jueves 2014 cerré mi texto con una cita de Antonio Gramsci. En esas palabras Gramsci apoyaba la idea de que no podemos exigirle al arte que eduque sin antes lograr una realidad moral distinta. Con esta cita, bastante esperanzadora por cierto, pretendí darle un matiz militante a las posibilidades futuras frente a las que se paraba el ciclo para el año 2015: una mejor explicitación de los nexos curatoriales,  una menor opacidad visual de los vínculos entre moderno/contemporáneo, y una mayor apertura del consumo visual del arte contemporáneo con el objetivo de impedir que Bellos Jueves se convierta solamente en un lugar y un momento de reunión mensual para los mismos participantes del campo artístico de Buenos Aires. Algo que de algún modo también señalaba Alejo Ponce de León en la misma publicación: “El ciclo revela algunos de los mecanismos esenciales de la comunidad artística porteña y de las cosas que la hacen feliz”, escribió.

Sin embargo, sabiendo que Bellos Jueves estaba en plena gestación, brindábamos por convertir el ciclo en un lugar desde donde poder doblarlo, cuestionarlo y modificarlo. El voto era para construir un Bellos Jueves más dialogal y menos endogámico. No quiero hacer un elogio del diálogo para no darle cabida a un discurso político reaccionario e irritante que se viene escuchando hace varios meses y que repite como un mantra estúpido la necesidad del diálogo como mera herramienta publicitaria mientras pretenden que las protestas, los reclamos y las movilizaciones populares “dialoguen” con la policía o con la sordera estatal. No, no quiero quedarme con ese tipo de diálogo. Pero la idea del diálogo fue parte fundante de los objetivos del Bellos Jueves allá por 2014: un diálogo que buscaba situar en mismas condiciones al arte contemporáneo y a las ya museificadas representaciones del arte universal/latinoamericano; y en la misma medida un nuevo diálogo entre un museo y su público.

En este nivel institucional Bellos Jueves buscó incursionar en el formato de la peña, hacer del museo un espacio de encuentro. Y esto es lo que más nos interesa. Porque desde ese lugar resulta más paradójica la intempestiva cancelación del evento. Las peñas son eventos que definen un espacio de modo espontáneo y consensuado por un grupo social. Las peñas se arman improvisadamente en pisos de tierra por el propio empuje de las necesidades de festejo o de reunión. Por eso es extraño que se ofrezca un espacio tipo peña. Porque las peñas no se ofrecen antes de existir la necesidad de reunirse. Y si suponemos que la institución-museo (por extensión, el Estado) supo oír esa necesidad de reunión artística, por el otro lado esa misma institución ahora ha tomado arbitrariamente la decisión de que esa necesidad ya no existe: así de histérica es la creación o la cancelación de estos espacios cuando no nacen de abajo hacia arriba, como respuesta a necesidades cocinadas a fuego lento.

Por eso debería resultarnos más violenta la cancelación. No porque se nos acabó la fiesta sino porque los mismos que parecían escucharnos ahora decidieron por sobre nosotros. Y lo han hecho, además, esgrimiendo el viejo argumento de la “reorganización interna” (ver Facebook Institucional 16/09/2015). Palabras fácilmente reconocibles para cualquiera que haya sido despedido de una empresa privada durante años de neoliberalismo feroz con el respaldo de la flexibilización laboral.

Vamos a aclarar los tantos. Bellos Jueves no se canceló por la nota que publicó La Nación sobre los peligros que corrían las obras (ver “Patrimonio: ¿quién cuida las obras del Museo Nacional de Bellas Artes?” en La Nación, 30/08/2015) sino no hubiera salido a desmentir rápidamente ese peligro (ver “Las políticas de inclusión del MNBA también molestan” en Facebook Institucional, 31/08/2015). Bellos Jueves tampoco se canceló por las opiniones del nuevo director Andrés Duprat (ver “El desafío de meter el Museo de Bellas Artes en el siglo XXI” en La Nación, 11/09/2015) ya que éste todavía no está en ejercicio de su cargo.

El problema de Bellos Jueves es el que escondía en su regazo. Chocó con eso que más se distancia de la dinámica espontánea, colectiva y autogestiva de los centros culturales: los meandros y misterios de la política estatal. Es que, como dice Rudolf Rocker, el Estado es obra de algunos individuos aislados mientras que la cultura extrae sus orígenes de la comunidad entera.

La cancelación de Bellos Jueves se liga, de este modo, a la extraña y también bastante despótica decisión de desplazar a algunos países participantes de la Bienal del Mercosur.  En ambos casos las cancelaciones se vieron teñidas de disputas políticas o económicas. Es decir que, ¡vaya sorpresa!, las manifestaciones culturales que se proyectan desde los sitios hegemónicos donde la disputa por el poder es bien fuerte están todavía más regidas y condicionadas por los vaivenes del sistema político y/o del económico. Vieja conclusión, nuevo tiempo.

Pero queda algo más por pensar hacia el interior de la comunidad artística. Tanto en el caso de los Bellos Jueves como en el de la Bienal del Mercosur las reacciones tomaron la forma de los petitorios virtuales: un modo bastante poco contundente si lo que se quiere es modificar el estado de la cuestión. Lo que sucede es que el mundo del arte aún tiene mucho que aprender de las estrategias de los colectivos sociales y de las organizaciones populares, que lejos están de dejar flotando una propuesta en internet (o al menos lo hacen de la mano de otras tácticas), y más cerca están de poner el cuerpo y manifestarse, de exigir a cara descubierta y de gritar cuando eso es necesario. La última vez que sucedió esto en el campo artístico, allá por 2012 con los Artistas Organizados (un nombre bastante ingenuo que dejaba en claro una historia previa de no-organización), la voluntad colectiva se diluyó copiando los peores vicios de la izquierda argentina.

Bellos Jueves nace en el seno de un modo de producir cultura que tiene sus valores pero que también tiene sus grandes defectos. Bellos Jueves dejará en nosotros una enseñanza sobre cómo y desde dónde se pueden generar efectos más duraderos. Es claro que esa larga duración de los efectos culturales no se consigue generando solamente un encuentro de calendario ni efímeras relaciones entre artistas, sino confeccionando y dándole visibilidad a los diálogos que hacen posible la cultura.

No por casualidad lo único que hasta ahora ha pervivido a la cancelación de Bellos Jueves, aún con sus traspieses por cierto, son las “Visitas rapeadas”. Esa experiencia, de la que fui una de las tantas piezas junto a lxs raperxs y a la coordinación de Villa Diamante, se expandió en estos últimos meses a una presentación en Tecnópolis y a una reciente y muy pertinente fecha en La Noche de los Museos. La experiencia de las visitas rapeadas son fruto y dan como fruto un diálogo que sólo en apariencia parece cerrado e inmóvil. El proceso de confección de las visitas rapeadas es arduo y de búsqueda de consensos: no todo puede ser permitido ni todo puede ser objetado alrededor de una obra de arte. El producto terminado de cada visita rapeada es la conclusión de una serie de elaboraciones, conversaciones y tráfico de información diversa y heterogénea (en distintas direcciones) que hacia el final da cuenta, bajo la forma de una o tres canciones, de un aprendizaje: tanto de quien canta como de quien les habla. Edición tras edición ambos (lxs raperxs y yo) nos hemos visto enfrentados a nuevos conocimientos, a nuevas lecturas y a desafíos distintos por la variedad de obras elegidas y por la variedad de personalidades. Ese mismo proceso es lo que se torna inevitable pensar cada vez que se escucha una de esas canciones: detrás de una letra, detrás de un ritmo y de una percepción se esconden un sinnúmero de aportes, confluencias ideológicas y necesidades sentimentales. Detrás de cada bit, detrás de cada rima se esconde un mes de pura vida y preguntas genuinas sobre la producción artística y sus contextos. ¿Qué queremos decir HOY sobre lo que ayer o hace siglos se produjo en el mundo? Y ahora me doy cuenta que esa es también la mejor pregunta que podemos hacernos ante un proyecto trunco como Bellos Jueves, ante la posibilidad de seguir creando estos espacios.