lunes, 30 de diciembre de 2013

27/12/2013

      
      - Una espalda de mujer medita ahora en frente mío. Fue un día en que se torno imposible no creerle a lo          invisible y desligar los ojos de las reales sensaciones. (Mañana sigo en algún café)
      
      No pude seguir en el café porque hoy el día fue extraño. De playa corta y temerosa sal (debería haber escrito MAR) después una caminata antropológica por el mercado de las vanidades del centro y después la lluvia sobre la bicicleta. Retomo el relato desde la espalda de mujer que me miraba ayer a la noche mientras empezaba a escribir. Es una espalda derecha, que está viviendo en esta casa por unos días y que desestructura esta amistad ininterrumpida con Nacho (que ahora se deja llamar Juan). En verdad, ahora que lo pienso, nuestra relación siempre se desplazo conjuntamente desde o hacia una mujer (ya sea esta real, palpable o recreada con las palabras) Por eso la presencia de Aurora (no se llama así por esa horrible parte del día sino por la militancia de sus padres que ella no desprecia pero sí parece no querer continuar por INUTIL: Aurora era el periódico comunista de Mallorca en los setenta, y Aurora era un emblemático barco soviético de las épocas revolucionarias. Sin embargo creo que ella, por corrección política, decidió darle a su nombre AVRORA, dijo en ruso ayer y sus labios se fueron uno a uno hacia adelante, el sentido literal que siempre tuvo. Ya su sonrisa y el color de su antifaz se encargarían de la metáfora.) Su presencia, decía, es fundamental: me atrevería a decir que tanto él como yo somos mejores con una mujer dando vueltas alrededor.
     Ahora también, mientras vuelvo a escribir, me mira su espalda. Desde acá puedo ver los tatuajes coloridos y amorfos que le abrigan los dos antebrazos casi por entero y los dos que escriben letras ilegibles en sus empeines (esos tatuajes los fui descubriendo de a poco, y todavía lo hago, a medida que se desvestía y caminaba con la misma direccionalidad por el living)
      Es fantástico como, queriendo recordar un día en que las creencias mayas estuvieron más presentes, me detengo en la descripción visual y texturada de un cuerpo de mujer (sombreado en las partes necesarias, brillante cuando lo desea, es cierto)
      
      - Sera posible trasladar como uno ha aprendido a comportarse con la gente de un país a las personas del        propio que uno ya conoce? No son acaso esas amistades producto de un viejo comportamiento?
      
      - Sus piernas se acomodaban a la madera. Lo fueron, sin dudas cuando tuvo menos vetas: madera caliente y   colorada como la del Este.


      - El arte es lo que está entre lo místico y lo político. Eso debe ser, y definir y destruir luego lo que lo condiciona.

26/12/2013

- Tengo la piel roja, aunque sin dolor, y me gusta. Es mágico seguir sintiendo el sol en el cuerpo como si este estuviera a gusto con la invitación que uno le ha hecho.
Caminando, nadando, es el mejor modo de decirle al sol que se lo quiere. No mirándolo con desaprensión, ofrecerles los parpados y las palmas de las manos, quieto. Nada mejor para obtenerlo que ganarle en movimiento, ese mismo que se le mueve adentro.
Hoy pasee por el centro de Playa del Carmen. Sus cuadras inconducentes, que parecían abrirse constantemente a mis ojos desesperados. Esas aperturas (mercerías, supermercados, bicicleterias, restaurantes, bares y kioscos) no se cierran todavía, como los de Buenos Aires, cerrados a la costumbre y la indiferencia. Adivinamos, mirando al suelo y en un instante mientras caminamos las miles de conversaciones y movimientos que ahí se desarrollan.
Un lugar nuevo tiene eso, las puertas de todas las cuadras te invitan como poros a mirarlos pero fundamentalmente a tocarlos e intentar atravesarlos. Pero estas cuadras en especial son raras.
Pertenecen a una de las ciudades más importantes del estado más rico de México: extranjeros, la seducción compulsiva y soez de los vendedores, el grafismo publicitario y los movimientos afectados de los hombres fuertes y de anteojos ahumados. No es todo más que un escenario circular. Esta ciudad es tan pretenciosa que han exagerado hasta la numeración de sus calles, y por lo tanto de su tamaño. Desde la playa las avenidas son, en orden de aparición, la 1, la 5, la diez, y así sucesivamente de 5 en 5. Las transversales se cuentan, en cambio, de a dos.
Esta diagramación busca asimilar la ciudad con las dimensiones de aquellas de donde vienen sus turistas. Esto no es una ciudad sino un agujero coloreado a la espera de una crecida.
En el lapso de dos horas de no parar de caminar por la playa me he cruzado repetidas veces con las mismas posturas (brazos bien al costado del cuerpo, espaldas rígidas, pies abiertos) y decidí volver a donde había dejado mis cosas cuando comencé a encontrar copas de champagne en las manos de personas echadas sobre reposeras repulsivamente brillantes.
Cuanto más se acerca al mar, más superficial se vuelve la gente: imagino que es el modo que encuentran de responderle a esa cantidad de agua que tienen delante (cuando no lo comprenden o se han agotado de preguntarle cosas). Apenas entre a la playa una escenografía en desuso de un castillo me recibió (seguramente pertenecía a alguno de esos lugares de entretenimiento encerrado). Esperanzado, tontamente iluso, creí que detrás encontraría la verdad. Sin embargo, dos hombres jugaban con desgano con un frisbee que se les parecía.
Hay, por un lado, estos monigotes mediterráneos que pasean sus caderas y sus cadenas en el último trozo de tierra al lado del mar. El capital y la naturaleza, frente a frente, se respiran delante y se juran amor barato, hipócrita e interesado.
Nadie se alarma, todos bailan, nadie cuida realmente a nadie y todos se gritan. Mientras siguen caminando, soleándose, nadando hacia arriba y sonriéndole a la arena, claro. No es lícito preguntar nada que escape a la moneda o a la posibilidad de lujo. Todo está de la tierra para arriba, afuera.
Hay otro grupo de gente que le rinde culto a la simpleza y a la pobreza como una diosa bonita, una respuesta desesperada a las inevitables falsas torsiones corporales que miran día a día (por eso el yoga es una de sus prácticas, creo). Esta gente simple ama a oriente, se despoja en apariencia de sus rasgos más materialmente desagradables (o desagradablemente materiales o superficialmente terrenales?) y descree y denosta aquello que lo rodea confiando en las energías individuales, en el espíritu propio y en la alimentación regulada al propio cuerpo. Todo está de la tierra para abajo, en el centro del magma.

Cuanto más conozco estos dos grupos más me convenzo: a esta ciudad le hace falta una Unidad Básica, algo que manipule y modifique lo real.

25/12/2013 (En el aire)

- 36000 pies (Poema aereo)

Hoy vi la curvatura de la tierra
que se cerraba abajo mío

Un avión, sólo, en el cielo oscuro
se ilumina a sí mismo
y lo puedo ver
aunque lo acompañe la luna

Los diamantes también
Suenan, allá abajo
shine on you crazy diamond
y se iluminan

No será al revés? Me pregunto mientras miro
La tierra es
lo más cerca del cielo
que vamos a poder estar

Pero hay algo acá debajo
entre la tierra y quien la mira
algo hay
Que nos sostiene desde hace años

Debajo mío ahora
36000 pies
patas
sucias
blancas, terrosas
con una línea como de cal
que las divide

Debajo de ellas
aplastados
grandes huecos
oscuros que ya no son la cultura

Y ahora que lo se
me ilumino
como un diamante como un avión
shine on me
crazy diamond

Pero las luces no son la naturaleza
la odian
y si fuera por ella estaríamos
a oscuras y en silencio de por vida

Solo sonaría
el roce
De los 36000 pies que nos sostienen
inestables

Por eso hay que callar
para escucharlos
y dejarlos hablar
con toda su mugre verborragica

No habrá que besar sus llagas ni lavar sus pies
estos pies, todos
los que darán
una gran patada algún día

una gran patada al mundo
y lo darán vuelta
para ponerlo a volar
como a una bolsa desprolija

Los escucho yo ahora
36000 pies que gritan
quebrándose los huesos
para alzar tan solo nuestros restos

Y darle
a la sombrilla oscura de la tierra
lo que hace tiempo se merece:

un hombre muerto.


- El lector argentino, como buen personalista, no soporta la literatura en y sobre la primera persona. Para ello debe estar oculta por la historia o por la Historia.

domingo, 29 de diciembre de 2013

24/12/2013


- Es la primera vez que escribo con tinta en este cuaderno que me regalo José Luis y se siente más violento que nunca, este cuaderno obsequiado y de brutales páginas amarillas hacen parecer a la lapicera como una aun más brutal y brillante puñalada.
Es probable que todo aquello se deba también al tiempo que llevo mirando reflejos en este aeropuerto, ocho horas. Ni los poemas de Gola parecían reales: es como estar enfermo, engripado, y no poder saborear la comida.
Pero vuelvo también a esta libreta, como inaugurando (sobre las poesías que la conforman) un nuevo diario de viaje. Debo, siento, me sugiero volver a la prosa y resolver lo que, por miedo, había abandonado. Aclarar las ideas, presentarlas, como bloques.
He visto anochecer en este aeropuerto (que, como todos, es todos y ninguno al mismo tiempo: los no lugares son lo más cercano a dios que tendremos) le he visto producir sombras, muy a su pesar, y dibujar los rastros de las personas que lo han ido abandonando. (Acabo de ver, por primera vez, una cara repetida pasar delante mío: pronto seré tan inmutable e inútil como uno de estos carteles.
Comí, pasee, dormí, desperté, leí, intente reírme y mi hábitat no cambiaba. Es realmente desesperante, mientras la mugre, el mal aliento y la transpiración se me pegan a la cara como rezagos inevitables de esta noche buena (casi como si la estuviera festejando en una terraza porteña). Cuando este embarcando, en unas tres horas, la terraza que se ve desde el balcón de mi casa estará lleno de gente opaca y de luces blancas. Mis padres, pese a su ateísmo, tendrán la inercia de comer y brindar como alguna noche desagradable. Yo acá, solo frente a mi café y mi libreta disfruto (lo confieso) este superficial acto revolucionario. No debo dejar que gane la extrañeza y el desarraigo: "Hoy no es una noche de fiesta para bailar. Hoy, tan solo, es la noche en que nació nuestro Salvador", me dijo una madre joven y fea que se sentó a mi lado durante el primer vuelo.
Alejándome de la fácil caricia de la melancolía quizás pueda hoy hacer nacer al Salvador también. Ese que mira a los costados y se ríe de estupideces, ese que no abandona el concepto ni la practica salvadora pero lo cambia por una buena caminata bajo el sol. Ese que seguirá apiadándose, sin gritar, de los que no lo comprenden y de los que aullentan las dudas con risotadas inconducentes o prejuicios apresurados.
Hace unas horas desperté, de cara al respaldo de un banco, por los gritos y las conversaciones que los techos y las paredes rebotaban hacia mí. Mientras yo miraba la rugosidad negra de la silla algo parecía suceder a mis espaldas. Fue como despertar, nuevamente hace 16 anos en medio de una pila de ropas y carteras montadas sobre la cama matrimonial de una casa ajena que albergaba una fiesta de adultos que nunca busco incluirme. Ansié siempre, aun sin comprenderlos, estar allí: pero igual me seguía durmiendo y no quebraba la curiosidad.
AHORA, mientras los ventanales gigantes del aeropuerto se han vuelto color noche y el espacio se cierra sobre sí mismo, llevare (intentare llevar) la fiesta, la comida, el brindis y el baile adentro mío, y al montículo de ropa.

- Si, como dice Renzi, con Hemingway se paso del género epistolar al género de los llamados telefónicos, quizás la poesía contemporánea se haya convertido en el adalid del "genero web" reforzando aun más la función fáctica del lenguaje y fundamentalmente la necesidad de ubicarse espacialmente casi con la torpeza de un ciego.


- Las azafatas nos atraen porque representan el papel de geishas posmodernas: mujeres que han viajado y bien vestidas que te dan de comer mientras te sonríen.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Piel de oro

Y mirá lo que vengo a saber
a recordar
hoy
cuando te fuiste de la noche

Porque hoy
hoy sí
te ví
dorando el agua que nunca salpicaste

Te reconocí,
en la tarde,
en una esquina
de mi infancia donde siempre fue verano

Esa curva de tiempo en la pileta
sos vos (y es ella)
delante mío
sin que ninguna lo sepa

Es un secreto
que mantuve con el tiempo
al que vendí equivocado
mis palabras por tus manos

A destiempo está mi boca
ahora y siempre
(como huyéndole a una taza)

Y sin poder hablarte de algo
que realmente me traiciona

Es que sos en realidad
un reloj nervioso, oscuro
tras la puerta de un placard
enamorado de vergüenza.

jueves, 12 de diciembre de 2013

09/12/2013

Estuve con ancianos casi todo el día ¿Adónde está el tiempo que me han dado?

03/02/2012

Muchas cosas han pasado hasta que decidí escribir esta carta. La idea me ha rondado como molestando hasta mi capacidad de caminar y disfrutar de la lluvia. Lo hago, aún no completamente convencido, porque creo que es sano y mentalmente favorable ordenar y jugar con todos estos pensamientos en mi libreta.
No volví a escribir una carta desde la última que te he enviado, aquella que ahora podrás leer cerca de la caja floreada. He seguido escribiendo algunas otras cosas sobre papel, y con esta misma lapicera con la que te escribía un año atrás, y por eso creo adecuado contarte estas cosas, nuevamente a través de una carta.
Quizás puedas evaluar ahora sus diferencias, lo poco cuidada y amable que esta carta resultará comparada con las otras, pero también las cosas han cambiado lo suficiente como para que haya dejado de pensar en bellas palabras o en ocasionales observaciones que podrían interesarnos. Ahora recuerdo una de mis anotaciones en el diario de viaje que llevé al Norte: hacía frío, mis muslos y la cabeza estaban mojados pero no se secarían hasta que no dejara de caminar y temblar entre las calles asombrosamente pobladas de Tafí del Valle. Unos linyeras, a mi izquierda, se rieron de mi pelo sucio, de mi remera gastada y de mi pantalón agujereado.
Yo solo quería sentarme, abandonar mis piernas en una silla, y sentir el viento cálido del vapor de un té en mi mejilla. Recordé un bar hecho en maderas barnizadas que había visto por la mañana, cuando recién llegaba y las nubes se estaban acomodando. Lo recordaba cálido, lo imaginaba sonriente y lleno de gente refugiada alegremente. Entré y me senté cerca de la ventana. Pedí y me detuve a observar, mientras el primer trago de café entibiaba mi estómago. Entonces fue la ventana gruesa que me separaba de la lluvia fría, y más allá las montañas verdosas, y más allá un pequeño lago, todo brillante por la lluvia, y más acá mis manos extrañamente calientes y mis deseos de mantener aquel calor bajo el mentón. Me acordé de San Martín de los Andes, y necesité tus besos, como dos brazos cálidos. Pero luego vino mi locura, nuestra separación, y mi amor otra vez, y tu viaje, y las cartas... cartas que se transformaron en poesías, las primeras que escribí, en tu ausencia.
Escribo esto porque lo he pensado, pero nunca aún se lo he dicho a nadie. Y nunca aún lo hemos hablado como merecemos. Siempre supe que eras y serías feliz solamente lejos mío (tus últimas cartas lo decían, las que no me nombraban, los últimos libros, sin dedicatoria, también lo decían), y me costó comprenderlo. Sufrí mucho por eso, cuando no estabas para afirmarlo. Siempre lo supe, pero nunca creí que tuvieras la necesidad de demostrármelo, como has hecho en nuestro último encuentro.
Ya sé, es egoista, dirás. Es probable que todo nazca de un sentimiento de auto conservación. Porque aún no estoy preparado para saber que sin mí estás transitando el mejor momento de tu vida. Quizás porque me he convencido de que mi vida y mis circunstancias no se llevan bien con la felicidad.
Y quizás por eso también esta carta no busca una respuesta, porque es tan solo la declaración más personal e íntima de un hombre que aún no ha aprendido a jugar con sus miserias.

viernes, 6 de diciembre de 2013

06/12/2013

Hay una esquina de mi barrio donde siempre es verano, siempre.

jueves, 28 de noviembre de 2013

Matías Ercole - Déjà Vecú (Revista Magenta - Noviembre de 2013)



Había un viejo amable, muy amable y sensible, que una vez mientras observábamos una imagen en silencio me dijo algo que ahora recuerdo con ciertas veladuras: las imágenes son un modo de permanencia de la historia; son los documentos de los que ya han escrito otras historias con palabras y guardan historias nuevas o repetidas para sus imágenes. Puede ser complaciente esa frase pero hubo algo que en su momento me inquietó: la imagen como documento.

Aquel hombre tenía más de 70 años, había llegado a la Argentina desde un lejano país del este de Europa y añoraba, en su viudez, los abrazos de su mujer. Era lógico, entonces, que le reclamara a las imágenes la misma carga de historias que su propio cuerpo arrastraba. Y en eso consiste al fin y al cabo: en hacerles decir a lo que interpelamos con la vista aquello que nuestros propios cuerpos quieren contar desesperadamente.

Claro que esa sentencia, la de la imagen convertida en documento, puede hoy horrorizar a más de un historiador actualizado o coleccionista despreocupado en momentos en que el arte que se produce actualmente en Buenos está lejos de cargar con la responsabilidad de saberse un documento de su propia historia y más cerca de narrar lo fútil con cinismo, los encantos personales o las interminables mamushkas de la teoría del arte. Pero hay varias excepciones, claro.

Desde el 24 de Octubre hasta el 29 de noviembre la galería Proyecto A expone los últimos trabajos de Matías Ercole bajo el título de “Déjà Vecú”. Es asombroso pasar por ahí ahora y ver cómo las paredes que antes vestían colores y formas asimétricamente desplegadas parecen haberse callado ante la presencia de la monocromía de Ercole.

Es justamente esta monocromía la que mejor hace destacar las particularidades de la obra de Ercole, y quizás la misma que más confusiones puede crear sobre el trayecto que viene haciendo su obra en los últimos años.

En una rápida ojeada las obras que esta vez presenta pueden parecer dibujos a lápiz de algún paisaje lúgubre e imaginado o la escenificación casi maniática (lo digo por la prolijidad y el detalle) de algún sentimiento abstracto indefinible: plantas que posan en soledad y son absorbidas por la negra oscuridad del fondo, rocas como estalactitas que se paran gigantescas sobre un suelo desolado, o vistas de bosques interminablemente ambiguos.

Oscuridad, desolación y ambigüedad podrían ser palabras que también definan a gran parte de las obras del Romanticismo. Eso fue, sin dudas, lo que las ha caracterizado durante parte del siglo XVIII y XIX. Pero no es esto solo lo que liga en una primera instancia la obra de Ercole con el Romanticismo.

Si observamos con detenimiento y bien de cerca estas obras encontraremos algo nuevo. El trazo fluido, que parecía lápiz desde lejos, es ahora en realidad la huella más rústica del esgrafiado (Ercole pinta con una pátina de cera primero, luego lo cubre de tinta china negra y recién allí dibuja con un agujas o cuchillas liberando las líneas del color negro). Esto y los bordes hasta donde llega el dibujo, las esquinas o los lados de la obra rústicamente definidos en comparación con las líneas netas de la propia obra, nos hacen pensar en los grabados en plancha de metal que circularon por aquellos años (de hecho los grabados de estudios de paisajes o mismo la fotografía antigua de los primeros ensayos son, en sus propias palabras, sus verdaderas referencias).



En el caso de los paisajes de Ercole encuentro una extraña filiación con las estampas de Carceri d`invenzioni (1745-1761) de Giovanni Piranesi. Entiendo que la relación puede parecer abrupta pero es un ejercicio de memoria visual: la aparente fantasía, los espacios confusos e inaprensibles (Ercole crea los modelos de sus paisajes mediante composiciones de su archivo fotográfico, como en un collage), los valores de línea, las oscuridades de los rincones. Claro que aquí, como dije, lo que motivaba la construcción de estas cárceles era algo distinto. Y es ahí donde hay que comenzar a marcar las diferencias y donde mejor se puede comprender la obra de Ercole.

La nostalgia por la antigüedad perdida y deseosa de recuperarse, la voluntad de producir con esta referencia clásica el caos de esos siglos, y el gusto empalagoso por el melancólico paso del tiempo en las arquitecturas no son algo que esté definitivamente en las obras de Ercole. Sus paisajes, sus rocas suspendidas o las plantas, todas las obras que exhibe en Proyecto A no nacen de la melancolía o la angustia. El color negro que predomina  no debe empujarnos a pensar en eso. En primer lugar porque la misma técnica de Ercole contradice cualquiera de esas lecturas lacrimógenas. Los grabados de Piranesi buscaban desesperadamente los contrastes marcados (algo que acentuó en la segunda edición de sus Carceri) y una tortuosa transición hacia los pequeños espacios de luz. Las obras de Ercole en cambio no van hacia el color negro sino que desde el negro van recuperando el color blanco, porque con el esgrafiado quita lenta y pacientemente líneas de negro para descubrir las líneas blancas, donde necesita que la luz invada la perspectiva. “Lo melancólico del blanco y negro es una carga cultural que no siempre se verifica”, me dijo. Por eso esta luz en sus obras no es algo lejano y sufrido sino que es parte de las figuras o se encuentra detrás respaldando los paisajes.

Hace casi cuatro años atrás vi por primera vez uno de estos paisajes de Ercole. Me acerqué con curiosidad a ese plano negro que lentamente iba develando sus figuras y profundidades. A medida que recorría las líneas con los ojos la iluminación de aquel paisaje se despertaba. Hubiera sido fácil rendirse ante la tristeza del color negro y la opresión de la naturaleza desmesurada. Pero algo más que las líneas blancas hizo que aquello fuera imposible. Un adolescente se acercó con su madre a contemplar la obra y sonriendo le dijo: “Mirá mamá, ésta es la obra. El que la hizo tiene 21 años”.

Entendí en ese instante que la obra que estaba mirando había sido hecha por una persona de mi misma edad e inmediatamente la oscuridad desapareció para que mi generación apareciera. Me permití pensar, desde aquel momento, que las obras de Ercole podían ser los futuros documentos de mi generación y de este pedazo de la historia. Incluso él mismo más tarde me diría: “En mis trabajos cuido que el blanco del papel sea luminoso, nuevo, limpio y considero que su contraste con el negro intenso lo conecta con un "blanco y negro" presente, contemporáneo”. Entonces, ¿qué contemporaneidad narrarán a nuestros hijos estos documentos?


                                        


Vuelvo a mirar las plantas que representó Ercole y encuentro entre sus hojas y en el fondo algunos detalles amenazadores: una pierna de mujer, una mano tendida o unos ojos bien abiertos. Es difícil no pensar en el pintor tucumano Joaquín Linares quien en 1978 desde su provincia produjo una serie de pinturas bajo el título “El jardín de la república” en las que se entremezclaban y confundían las malezas selváticas tucumanas y las puntas de rifles militares, o las piernas de mujeres asesinadas, o los hocicos abiertos de perros violentos. Había que buscarlos entre la exhuberancia de la naturaleza pero allí estaban esos indicios del horror, y estuvieron siempre en realidad, durante los años de la dictadura militar.

En esos años cuando lo que se imaginaba era el propio continente liberado, y cuando los fusiles estaban entre la maleza, las imágenes que produjo la historia fueron a veces grandilocuentes, cotidianas, confusas. Hoy, cuando lo que se vive es el propio territorio (porque es desde acá desde donde se debe empezar a construir) las imágenes de esta historia, las de mi generación, se proyectan hacia los bosques irreconocibles o hacia plantas domésticas flotando en la oscuridad.

Es que la confusión y el caos de las cárceles de Piranesi ya no pueden imaginarse porque la historia les ha quitado ese carácter de delirio; porque alguien logró desgraciadamente llevar a la realidad semejante imaginación. Más de 30 años de democracia y testimonios han narrado toda la perversión que la arquitectura carcelaria creó en esos años de negra dictadura.

Como si enfrentara a los arquitectos del dolor entonces (esos que, en palabras de Mauricio Rosencof, han puesto la sofisticación y la ciencia al servicio del castigo) Matías Ercole toma la decisión correcta: la cárcel ya no existe porque las ha “derrumbado” la memoria, la verdad y la justicia, y hay en su lugar un paisaje abierto y contradictoriamente real, porque los paisajes de Ercole son graves pero suaves y esperanzadores. Y así es como debe enfrentar el futuro nuestra generación.




Quiero que se me entienda: no estoy exigiéndole al arte argentino (si es que eso verdaderamente existe) que se vuelva a cargar las espaldas con el “mantón de martirio”. Pero lo contrario también es erróneo porque el olvido no es una alternativa. Y acá es donde el título de la exhibición cobra verdadera importancia.

“Déjà Vécu” es lo que usualmente confundimos con “deja vú”. El déjà vecú es la sensación de haber experimentado en el pasado algo que se vive verdaderamente en el presente. Es la construcción de una historia pasada que no nos ha atravesado nunca, es recordar algo que es nuevo (aunque suene paradójico). Pero además, el déjà vecú deja de lado lo estrictamente visual y lo comprende en el marco más amplio de las sensaciones del cuerpo. Es la sensación de haber estado ya, de haber sido atravesado por todo aquello con lo que la realidad nos estimula, y no solamente estar viendo (a la distancia, vagamente, sin todo el cuerpo) algo que creemos ya haber visto. Y ese desprendimiento de “lo visual” es lo que lo hace aún más contemporáneo para los nuevos límites de las artes visuales.

Déjà vecú es una extraña mezcla de familiaridad con extrañeza, sobrecogimiento y espanto. Es lo mismo que siente mi generación (no dudo en afirmarlo) con aquel pasado negro de nuestro país: no hemos vivido el horror pero lo sentimos como si fuera propio y perteneciente a la historia presente de nuestro cuerpo. El déjà vecú es un modo de apropiarse de la historia.

De ese modo, exigiéndole a lo visual con ese mismo cuerpo (como había hecho el anciano con su frase) cruzado de realidades históricas recreadas es que el arte contemporáneo debe enfrentarse a la creación.

No hay que creer que el arte contemporáneo ya no se enfrenta a nada, que muertas las bestias atemorizantes en el pasado cercano no hay que moler los huesos que hoy pateamos en nuestros paseos. Lo que se debe hacer acá es crear una alternativa fresca sin la obligación de olvidarnos de todo lo sucedido.

Por eso las obras de Ercole ya no plantean un problema sino directamente una solución. No son más la escenificación del horror o la descripción de la opresión o el exilio. Y claro que tampoco son la manifestación festiva de un jolgorio inexistente o de una libertad democrática de cartulina. Las obras de Ercole no nos muestran la presencia humana porque lo que reclaman sus paisajes es justamente eso: ser transitados. De ahí que encuentre necesario, y casi inevitable hoy, que aquellos enormes paisajes que casi cubren las dos últimas paredes de la galería se proyecten en un futuro, se expandan y tomen los rincones, el piso, los techos. A la espera de esa monocromía estaremos dispuestos a caminar por esos bosques: sin miedo ni sentimientos de venganza o de reconciliación.

Matías Ercole - “Déjà Vecú”

Proyecto A – Arte contemporáneo. Av San Juan 560 (CABA, Argentina)

Desde el 24 de Octubre al 29 de Noviembre de 2013


viernes, 22 de noviembre de 2013

22/11/2013

Darse cuenta, al lado mismo de la mujer que se desea, que las revelaciones en las parejas antigüas (esas que consisten en sorprenderse del tiempo que el otro usa sólo) son el momento más ansiado de la vida del amor.

BRUNO


Esto es más fácil de lo que pensaba, más lindo, casi hermoso. No estoy tan mal después de todo, al menos no tanto como podría, o como debiera. Quedarse en la cama es como si nadie te haya visto todavía, como si nadie supiera de tu existencia. Todos creen que estás dormido y por eso te evitan, no cuentan con tu presencia, ni te conocen. Qué curioso, se siente muy normal. Casi toda mi vida acompañado, dulcemente…
Este pijama es realmente extraordinario, sí, me gusta. Todo esto se lo debo a él. Quizás por eso me quedo cada vez más tiempo acá recostado, en mi cama. Sí, claro que es por eso.
La poca gente que todavía se acuerda de mí seguramente cree que son demasiadas las horas que paso acá encerrado. No pueden entender que me guste estar en esta casa, tan repentinamente vacía…Entonces dicen que tengo que salir y me invitan a cenar, me sacan a pasear como si fuera un chico. Pero ya nadie habla conmigo. Salvo mis hijos, o mi hija debiera decir porque para Eduardo fue todo muy duro. Los demás me dicen que lo sienten, que fue todo muy abrupto, o me preguntan si me lo veía venir. ¡Qué se yo!
No, la puerta no se movió, es imposible. Todos creen que todavía duermo y por eso no vienen a verme ni llaman, ni vuelven. Es mejor así. Según ellos necesito estar solo.
Lo pienso, lo decido y lo hago: me quedo en la cama. Desde acá puedo hacer muchas cosas sin tener que darle un dolor más a mis rodillas. Estiro la mano y agarro el vaso que ayer estaba lleno. Ni recuerdo cuándo lo tomé, quizás debí haberme despertado a la madrugada. Pero la madrugada fue hace poco porque mi reloj biológico ya no falla… pero la memoria sí. Bueno, ni importa...No me acuerdo lo que hice hace unas horas pero sí me acuerdo de su cara los últimos meses. Se escapaba de mí, como si supiera. Fue repentino, pero estas cosas siempre son repentinas. La gente de golpe desaparece y tenemos que aceptarlo aunque nos cueste, es natural.
A ver, desde acá también puedo agarrar algunos de los libros que están en el estante sobre mi cabeza, aunque cada vez que agarro uno vuelvo a sentir como un pinchazo en la cadera. Por eso dejé los cuentos completos de Cortázar en mi mesa de luz. Cuando ayer le dije a Eduardo que los estaba releyendo me dijo que soy un insensible, y que en realidad no estaba sorprendido porque yo siempre había sido así. Suerte que no le dije nada de lo del pijama porque él debe estar mal: era el preferido de su mamá, su hombre. Yo desde el living siempre los escuchaba conversar en la cocina. Quizás por eso él tampoco me habla ahora.
Sí, me duele, mierda. Pero no es como un pinchazo sino como un pellizco. Ahí esta otra vez, es lo único que vuelve, lo único…
Antes no me dolía, o eso creo. Con unos masajes se me pasaba. Pero antes también tenía que despertarme más temprano. No me refiero a esos años en que era yo el que le hacía el desayuno a ella, sino a los otros años, cuando todavía no tenía este pijama y la biblioteca de acá arriba estaba llena... Sí, el pijama es fabuloso. Ni se nota la diferencia.
Mejor ruedo hacia el otro lado de la cama y me pongo boca abajo así siento el frío que se acumuló ahí durante toda la noche, o LAS noches porque si me pongo a contar… Ahí está, es lindo el frío. El pijama está caliente como mi cuerpo, pero quizás deba sacármelo y sentir mejor el cambio de temperatura. No, así acostado es más difícil porque me cuesta recoger las piernas, sí, ya me están doliendo. No, mejor no me saco el pijama adentro de la cama porque va a ser raro estar otra vez desnudo dentro de esta cama después de tantos años. Abro las manos, las cierro, abro las manos...Me acuerdo y me dan ganas de reír, aunque en realidad es triste. Igual no me voy a reír porque sería como decirle a esta inmensa casa que nada cambió. Y las cosas cambiaron de verdad. ¿No? Sí, qué se yo... Sí, cambiaron: ahora tengo pijama nuevo.
Su mesa de luz todavía está cerca pero creo que totalmente vacía, salvo por los papeles esos. Después no toqué más nada, creyendo no se qué: ni este cuadro horroroso toqué, este que está arriba del respaldo. A veces lo miraba y pensaba: “Cuando ella no esté más, lo voy a sacar”. Nunca se lo dije, pero lo pensaba. Mañana lo saco.
Eso es lo bueno. Y que puedo quedarme más tiempo en la cama. Y que además puedo quejarme todo lo que quiero.
Bueno, me estoy quejando demasiado y no me estoy levantando nada. Es que este pijama es muy cómodo, no más cómodo sino MUY cómodo. Busqué uno como el otro sin saber dónde los compraba, y eso es raro. Nunca le pregunté dónde los compraba pero me gustaba eso porque era parte de nuestra complicidad. Pero después tuve el mismo pijama un tiempo largo, hasta ahora. Nunca le decía que necesitaba uno, ella ya lo sabía. Iba y me lo compraba. Punto. Con el último fue distinto… Bueno, vamo´arriba, a levantarse... Pero si me levanto voy a tener que sacarme el pijama. No, nadie me obliga. Puedo estar todo el día en pijama. Sí, ahora sí.
¿Pijama o Piyama? ¿Cómo se escribe? Es difícil porque cuando lo pronuncio suena como “lluvia” pero no tiene doble l. Qué lástima que no tengo un diccionario en la mesa de luz. Eso es lo que voy a hacer hoy: voy a ir a buscar el diccionario a la biblioteca y ponerlo acá al lado mío, por las dudas, al lado del otro libro grandote. Me gusta, tanto como mi pijama
¿Cómo puede ser que no sepa cómo se escribe pijama? Bueno, tampoco es una palabra que uno tenga que escribir muchas veces. Aunque ahora que lo pienso Susana quizás lo sepa, lo supiera, lo hubiera sabido, mierda… Y ahora el problema es con los verbos. Sí, un diccionario.
Piya-ma, Pija-ma: suena a nene y se escribe como “pija”. Ah, dije pija. La verdad que me sentí como un chico cuando me compré éste, como cada vez que ella me lo traía envuelto en una bolsa que olía a plástico. No era tan difícil pero era hermoso, aunque el psicoanálisis se queje. Terapia le dicen ahora. “¿Por qué no vas a terapia, viejo? Te va a hacer bien” me dijo mi hija la semana pasada. No se qué habrá querido decir pero, ¡cómo la quiero! Preocupándose por mí antes que por ella, no como Eduardo. Igual los dos se deprimieron mucho después de lo que pasó, y me pedían que los entienda. Claro que los entiendo: siempre fue su madre antes que mi esposa.
Igual hay cosas que el psicoanálisis no sabe, como esto de quedarse en la cama envuelto en un pijama nuevo. Aunque yo a Freud me lo imagino durmiendo en pijama. Pero él seguro que no tenía nadie que le comprara los pijamas como a mí. El que tengo puesto lo compré yo. Toda la gente que usa pijama para dormir son buenas personas, me dijo el día que me regaló el primero. Y yo le creí. Aunque ella no usara pijama....¡me cago en las persianas estas que dejan entrar el sol!
Está sonando el teléfono, debe ser Silvita: siempre llama a esta hora de la mañana para darme el saludo de buenos días, pero hoy no voy a atender porque quiero quedarme en la cama y disfrutar de mi pijama nuevo. Tiene un pantalón corto y una camisita. Aunque no se por qué tiene bolsillos: el otro no tenía, y se lo agradezco. ¿Qué necesidad tiene un pijama de tener bolsillos? Sí, se lo agradezco y tengo que decirlo.. No, no se lo agradezco. Hija de puta. La mortaja no tiene bolsillos… aunque el pijama sí.
Bueno, ahora sí estoy dispuesto a levantarme. El teléfono sigue sonando y quizás llegue a atender. Voy a levantarme a atender para que no piense que estoy deprimido o que directamente me suicidé.
Cruzo el living en pijama pero nadie me ve, es genial esto, es fantástico. Sólo el teléfono ese de mierda que no para de sonar. Mucho silencio en esta casa para ser un día de semana. La quiero, siempre la quise. Cada vez se hace más grande el sonido del teléfono hasta parecer una persona que me grita desde lejos. Y yo ya no escucho más gritos, eso es lo bueno de todo esto. Porque los últimos meses no fueron tranquilos, pero ya pasó. Ahora sólo voy a recodar lo bueno. La muerte no mejora a nadie...
No, no llegué, se cansaron de esperar. ¿Y esto que hace acá en el living? Mi viejo pijama me mira, quizás un poco resentido, “plegado en las sombras como una vieja montaña en un valle anochecido”. Quizás debiera aprovechar para escribir algo de poesía, esa de la que leíamos en la cama cuando nos conocimos. Pero el pijama ese está ahí, aceptando que debía cambiarlo, desprenderme de él. Era hora de que alguien lo haga porque tenía mucha pelusita ya y estaba todo flojo como una baba. Por eso me compré mi pijama nuevo. YO me lo compré, yo. Por eso soy yo el resentido ahora. Debería escupirlo. Pasamos tantas cosas juntos y de golpe… Ahí está, todo agujereado, abandonado, sólo. Esa es la palabra. Sólo otra vez, como cuando era chico.
Otra vez el teléfono y la puta madre que te parió, hija de puta.
Me dijo que yo era un espécimen o espécimen no se cómo mierda se dice. Pero ahora ni eso puedo escucharle decir. Si estuviera acá le diría que sí, que tiene razón, que yo también me quiero morir, y que al menos pertenezco a una especie. Solo que todavía no conozco a todos los de mi especie, pero que muchos seguro se murieron. Y ese viejo pijama está ahí, agujereado, todavía vivo, pero ella no y por eso no me río. Lo estoy mirando y sólo yo me doy cuenta.
Sí, voy a atender, ya estoy bien. Levanto el teléfono y es Silvia, claro. Son todos tan predecibles como este puto pijama nuevo. Estoy bien, sí, claro que estoy bien. ¿Y vos?
¿Eh? Con mamá, sí. ¿Qué?, ¿qué te dijo? Sí, está bien decile que puede pasar a buscar las cosas cuando quiera. ¿Un regalo para mí? ¡Qué cínica que es eh! Decile, decile... decile que se vaya a la... está bien tenés razón. Decile que pase pero que toque timbre porque cambié la cerradura. Listo chau chau, sí sí, besos hijita.

La puta madre con este pijama de mierda me cago de calor. No es una tela de verano, me equivoqué… y ahora que lo veo bien ya tiene un agujerito.

viernes, 8 de noviembre de 2013

12/09/2011

Hace rozar sus dedos entre sí, como si se rascara el mentón pero con ternura. Luego, con esa misma mano, después la tuerce como una araña y marca con ella las palabras.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Gyula Kosice, corrigiendo el azar (o "Volver al futuro" - Revista Debate - Edición 502 - Octubre de 2013)




Su museo-taller del barrio de Villa Crespo, donde aún sigue creando y recibiendo visitas numerosas, tiene en la parte alta de la puerta de entrada una gran gota de acrílico llena de agua y algunos colores. Desde el frente, sin saber cómo, la fachada de aquella casa adquiere un color azul, celeste y gris al mismo tiempo. Es el mismo color de sus ojos, el mismo color de su delantal de trabajo y el de las luces de su museo cuando lo cruzamos caminando esa mañana. Aquellos metros silenciosos al lado suyo fueron suficientes para recordar junto a quién caminaba.
Gyula Kosice (Hungría, 1924) fue un precursor desde bien temprano porque era inevitable. Es que fundar el primer grupo de vanguardia abstracta en Argentina a los 20 años no fue poca cosa. La revista “Arturo” de 1944, el grupo Arte Concreto Invención y el movimiento Madí posicionaron a la Argentina, desde allí y para siempre, a la par de los centros de arte de Europa y Norteamérica.
Pero verlo hoy, con sus casi noventa años, no es solamente estar frente a un precursor sino principalmente delante de un hombre que ha tenido la necesidad de decir cosas en ciertos momentos de la historia. Y que todavía la tiene.

Hace unos meses le han dado la noticia de que se iba a inaugurar una nueva exposición con su obra en el Centro Georges Pompidou, el sitio más emblemático del arte moderno en París.

GK: Es grandioso. Ningún argentino ni ningún latinoamericano ha tenido, hasta ahora, una exhibición personal y tan extensa en ese museo. Va a haber obras de los 40, de los 50 y obras recientes que pertenecen actualmente al patrimonio del Pompidou. Para mí es un segundo éxito en Paris porque el primero fue el de allí, mirá ese poster, en 1960. Ahí expuse por primera vez obras hidráulicas, en la galería Denise René. Algunas de esas obras las adquirió en su momento el Museo de Arte Moderno de París. Cuando éste se cerró, y se creó el museo de la Ville de París, le dejó tres obras al Pompidou.

¿Y cómo es ese Paris de hoy comparado con el de aquellos años?

GK: No sé. Voy a reconquistarlo de cualquier manera. Porque se puede escribir mucho sobre mi obra pero lo más importante es meterse en ella, sino resulta anecdótico. Todo obra debe ser una creación, no una copia de la realidad: ni una transfiguración ni una alegoría. Esto ya lo había dicho yo en 1944 en la revista Arturo. Y allí también dije que el hombre no ha de terminar en la tierra. A partir de eso yo empecé a hacer maquetas de la “Ciudad hidroespacial”.

El agua apareció en la obra de Kosice bien temprano, cuando en 1948 hizo “Una gota acunada a toda velocidad”. Luego vino el plexiglás, las luces de neón, las burbujas, el agua en perpetuo movimiento, los colores. Hace algunos años atrás, reflexionando en su “Autobiografía”, Kosice comprendió de dónde provenía aquella obsesión por el agua y las luces. Recordó, entonces, el primer gran viaje que a los 4 años lo traería a Argentina desde Kosice, su pueblo natal: un viaje en barco de más de 30 días donde lo único que se podía observar de noche era el agua y las estrellas.
Hasta aquel momento el agua no había sido utilizada como elemento estético pero la preocupación de Kosice por el agua no era solamente plástica. Por ello es que también ha formado parte de grandes discusiones durante los 70 sobre la utilización y el cuidado de este elemento. Es el caso de la “Conferencia mundial del agua” en 1977 donde dio una magistral conferencia al respecto.
Por eso tildar a un hombre de precursor también puede traer el problema de ver las obras por fuera del contexto histórico, desligadas del momento en el cual se crea. Y la “Ciudad hidroespacial” llevó una maduración de años hasta que salió a la luz casi como una obligación, porque en esos años ya no era el arte lo que importaba sino lo que éste podía hacer para el mundo.

¿Cómo nació esa “Ciudad hidroespacial”?

GK: Todo surge de la sobrepoblación. Te explico: el espacio es infinito, nadie lo ha ocupado salvo a veces una nave muy pequeña. Cuando dentro de 20 años la población de China, por ejemplo, sea más grande que su territorio, ¿dónde van a ir? La solución está a 1500 metros sobre el nivel del mar. La gente cree que esa ciudad es una utopía pero no lo es, es una realidad. Vos que sos joven lo vas a vivir.

Usted decía en ese manifiesto de 1971 que el modo de construirla era sencillo. Con el solo hecho de dejar de fabricar armas y de hacer guerras durante un día ese dinero podía ser utilizado para construir la “Ciudad hidroespacial”.

GK: Sí, pero desde aquel momento hasta aquí nadie ha dejado de hacerlo sino todo lo contrario. Los países del este, como Irán o Irak, están haciendo la bomba atómica. Lo que quiero decirte es lo siguiente. Muchas de mis obras tienen un gran componente de agua. ¿Y qué es el agua? El origen de la vida, el lugar de donde nacimos nosotros. Tu cuerpo tiene 70% de agua así como el planeta en que vivimos, que debiera llamarse Planeta Agua.

Entonces esta nueva visita a su obra en un museo de esta categoría le da a esas principales problemáticas una enorme actualidad. Parece como si usted siempre hubiera tenido un contacto con el futuro, mirando el presente pero también hacia adelante.

GK: Mirá, yo he escrito mucho sobre el compromiso que debe tener el artista con la sociedad. Tiene que ser un compromiso total dentro de los cánones sociales. Intervienen ahí la libertad, la paz, y todos los incidentes que componen lo social. En mi vida he tratado de corregir al azar. He quedado huérfano de padre y madre de chico, pero tuve que corregir el azar y seguir adelante. Por suerte me encontré con un libro de Leonardo da Vinci en sexto grado inferior. Me lo prestó un bibliotecario de la Casa del Pueblo. Me prestaba un libro por semana y me pedía que le jurara que se lo iba a devolver. Cuando leí a Leonardo me entusiasmó muchísimo. No las pinturas de él sino los inventos: los submarinos, los aparatos para volar, los puentes levadizos.

¿Corregir el azar es como querer controlar el agua como hace en sus obras?

GK: No, vos tenés una obra, la diseñás y hacés una maqueta. Ves que algo está mal y ya no sirve. Hay que destruir todo y empezar con la idea adquirida de lo malo que hiciste y corregir el azar. El automatismo de los surrealistas no vale, el azar sí. Vale porque está en cada movimiento del ser humano. Pero hay que corregirlo.

¿Y qué se necesita para corregirlo?

GK: Pasión, mucha pasión. Cuando vos, por ejemplo, elegís una forma de dicción en el universo. Si sos periodista y lo hacés con pasión, vas a ser un gran periodista. Pero te tenés que avocar solamente a los cánones del periodismo. Y eso mismo pasa en el arte.

Aquella pasión le permitió a Kosice mantener sus pensamientos sobre el arte y sobre la poesía por sobre muchas circunstancias que podrían haberlo obstaculizado. Recordará aquel encuentro difícil con Joaquín Torres García, cuando le llevó con entusiasmo su primera escultura móvil “Röyi” y el legendario vanguardista uruguayo señaló: “Esta obra no tiene porvenir”. O también sus largos años de fabricante de carteras en una pensión de Buenos Aires mientras planeaba exposiciones en Europa y convivía con sus primeras obras, con sus primeros poemas, con sus primeros manifiestos.

Mencionaba usted la necesidad de compromiso en el arte. ¿Hoy en día sigue siendo necesario?

GK: Yo he tenido la suerte de poder entrevistar y trabar amistad con innumerables personalidades como Sartre, Malraux, Le Corbusier, durante mi estadía de una década en París. Y el arte debe seguir teniendo compromiso, ¿sino por qué hago yo esto si no es para equilibrar? Sobre todo pensando en los monumentos que he hecho. Como el de la democracia aquí en Buenos Aires o el de la cultura en La Plata.



Cuando Kosice inauguró el Monumento de la Cultura en La Plata en 1982 leyó un texto soberbio, de denso compromiso: “La crisis energética, la brusca fractura de los valores y las verdades entendidas, los desequilibrios ecológicos que amenazan al planeta, los paraísos tecnológicos y también los infiernos desencadenados por la era posindustrial exigen de nosotros nuevas y audaces concepciones”. Aquel Kosice era el mismo que había visto en Sartre a “un hombre que hizo retroceder el miedo” y el mismo que durante el peronismo fue vapuleado junto a su grupo de vanguardia por el Ministro de Educación Ivanissevich, catalogado como “arte abstracto, arte morboso, arte perverso”, y que estuvo preso tres días en el presidio de la calle Las Heras: “Me tragué tres días ahí sin poder dormir bien. Pero eso fue cuando yo era el editor de la revista “Arte Madi Universal” donde recibíamos colaboraciones de todas partes del mundo. Y se enteraron, no se cómo, me siguieron desde una imprenta de donde salía yo, en el Once porque era la más barata que conseguimos, hasta mi casa y me llevaron... dos tipos. ¿Sabes quien me sacó? La Sociedad Argentina de Escritores. Ellos me conocían porque yo ya tenia unos libros de poesía publicados”
Es ese compromiso el que tuvieron las vanguardias artísticas del siglo XX, el mismo que los empujaba a querer hacer estallar el arte y expandirlo por la vida.

En el texto sobre la Ciudad Hidroespacial dice que es necesario un arte de todos y no para todos. ¿Qué diferencia hay entre una cosa y la otra?

GK: La apropiación y la estima. Una alta estima de cada uno es muy buena. Un ego desaforado es una enfermedad. El ego mata, la estima no.

¿Y eso puede trasladarse a la observación artística?

GK: Sí, muchas veces pasa que uno, envalentonado por lo que puede hacer a través de las convicciones que tiene, embebido en eso, genera un correlato de mucha importancia.

Y en parte esa intención de extender esa apreciación del arte fue el objetivo de Madi en el principio, ¿no?

GK: Madí lo que quiso hacer justamente fue la separación de toda otra referencia a la realidad figurativa. La palabra “creación” ya lo dice.

¿Y cuáles son las ventajas de eso?

GK. Las ventajas son que vos ves una obra “creada” y te das cuenta de la diferencia con otro tipo de obras. Una creación total es inédita, no se conoció antes, no se vio en el mundo antes. Mirá esa obra, levantate y mirala. Ahora prendé el interruptor. ¿Lo viste alguna vez? Esa es la realidad de las obras, todas las obras son creaciones totales.

¿Por eso es que se parece tanto su arte a la poesía?

GK: Sí, completamente. Yo fundé Madí, en ese momento en que leí el manifiesto allá en el fondo de la Galería van Riel, y decía que Madí debe ser también poesía, danza, arquitectura.

Madi, el arte en general, ¿puede cambiar el mundo?

Por un momento Gyula hizo un silencio y dejó de responder con tanta convicción. Sus ojos dudaron y volvió a mirarme.

GK: Te diría que lo puede poetizar.

¿Cómo?

GK: Simplemente viendo obras de arte creadas, así se poetiza el mundo. Y después viene la celeridad y la paz. Ese es el estado en que no hay guerras ni revoluciones, nada. Yo creo que eso el arte puede alcanzarlo.


Un murmullo ascendía desde la parte principal del museo-taller casi en el mismo momento en que pronunció estas últimas palabras. Eran pequeños gritos de sorpresa y el retumbar de pasos cortos que parecían estar corriendo. Pero de pronto se tranquilizaron. Al salir de allí, atravesando todas las salas del museo, observé que en el piso y solamente iluminados por las luces de sus obras, más de veinte chicos con guardapolvos de jardín levantaban el mentón y convertían sus ojos en burbujas. Querían hablar, querían preguntar, querían contar. La poesía estaba ocurriendo allí, entre las obras de Kosice y las manos alzadas de esos niños. Volví a ver esa gota que cuelga de la puerta y recordé aquello que escribió Kosice: “Me envuelve el júbilo de permanecer como una gota de agua en la caudalosa corriente de la memoria colectiva”. Entonces me fui satisfecho, confiado en que lo que dejaba detrás no eran tan sólo obras de arte sino un hermoso futuro.


4/11/2013 (papel de manifiesto)

"Quiero que la gente se calle tan pronto deje de sentir"

jueves, 24 de octubre de 2013

3/02/2011

Giardino

- Bruno aminora la marcha del auto para escuchar el tango. Y eso ya es mucho.

- La mujer del cuadro que creía ser alegre, frente a los otros. Hacía un año habían muerto su marido y su hijo.

lunes, 21 de octubre de 2013

22/10/2013 (Todavía sin papel y con miedo a acostumbrarme)

Un sentimiento complejo ¿puede transformarse en simple a través de un poema sencillo?

miércoles, 16 de octubre de 2013

16/10/2013 (Sin papel)

 Saber que alguien que escribe, que publica vergonzosamente, es además de todo una persona agradable y dulcemente apacible, me permite pensar que escribir (como todo eso que se ha hecho detrás de mi espalda) es más fácil y tierno de lo que uno imagina. Apoyarse en esa gente, pedirles la hora o un pan con manteca, es lo mismo que haber escrito millones de páginas: es que ya lo han hecho por nosotros.

lunes, 14 de octubre de 2013

10/10/2013 (Cuaderno viejo)

Las casas, cuando son lindas, se vuelven amarillas.

domingo, 13 de octubre de 2013

4/03/2010

Siento que esto es un agradecimiento superficial a su confianza pues para lograr expresarlo debiera hacer una obra mejor que la suya. Y eso, es imposible.

viernes, 11 de octubre de 2013

Instrucciones para armar una revolución (Revista Debate - Edición 501 - Septiembre de 2013)




Mucho se ha especulado sobre el encuentro entre Bolívar y San Martín aquel 26 de Julio de 1822. Poco es lo que hoy sabemos y generoso ha sido el mito que se creó entorno a aquellas palabras que intercambiaron los dos más grandes revolucionarios de América Latina. Vamos a ser drásticos también, como ellos. TODO nace de un encuentro: el amor, los niños, las ideas grandiosas e incluso los misterios como aquel de Guayaquil.

La pintura es también, sin dudas, parte de un encuentro. Y el Museo Nacional de Bellas Artes, con la curaduría de Marcela Cardillo, nos da la oportunidad hasta el 22 de septiembre de encontrarnos con un grupo de pinturas que Ariel Mlynarzewicz (1964) hizo  en el año del Bicentenario para homenajear y sentir de nuevo a los revolucionarios de nuestra patria grande.

Para empezar Ariel se ha preguntado cuál era el mejor modo de entender y pintar esas personalidades, las de San Martín, Belgrano, Bolívar, Azurduy, Dorrego y muchos otros protagonistas que afortunadamente ya se han desvinculado de las figuritas y los libros de plástico. Por eso es que verlos allí en el segundo piso del MNBA es un ejercicio de reconocimiento: es difícil, casi innecesario, buscar parecidos con las imágenes que la mala educación ha pintado en nuestros recuerdos. Acá lo que está en juego no es el parecido físico sino un mejor modo de comprender con imágenes la revolución que estos hombres y mujeres desataron. Para Mlynarzewicz la revolución que debía pintar, la que lograron estos hombres, era la perfecta unión entre fuerza y síntesis. Y así lo hizo.
Muchas de las pinturas que aquí se presentan están hechas en base a aquellos viejos retratos de próceres, pero completamente apropiados por este pintor contemporáneo (antiguo discípulo del genial Carlos Alonso). No son imágenes frías y estáticas sino que estallan de colores, ondulan, se retraen y avanzan con fuerza más allá y más acá de la pared endeble de donde cuelgan. Nos muestran el camino que ha seguido el artista para hacerlas, las huellas de las espátulas o los pinceles.

Esas mismas huellas que son estas pinturas, huellas de un proceso de trabajo, intentan con humildad equipararse a las marcas que han dejado desde hace años estos grandes hombres.

Pero no son simplemente formas y colores puestos con ímpetu y brutalmente. En el enorme retrato de Mariano Moreno se lo puede ver escribiendo, rodeado de manchas coloridas, aunque Mlynarzewicz encontró en su investigación la clave de este hombre: el color amarillo de la hoja sobre la que escribe es el mismo que tiene sobre el pecho.

Sucede con el retrato de Manuela Sáenz, la bella compañera de Simón Bolívar, que se adelanta y parece dar la cara por su amado, quien la mira desde atrás. O el de Juana Azurduy cuya cara y brazos, abrazando la espada y la bandera roja, se confunden con el fondo haciéndola parte íntegra del lugar de donde ha surgido.

Esta investigación realizada por Mlynarzewicz ha tenido varias etapas: lecturas, búsqueda de imágenes y fundamentalmente el encuentro con hombres y mujeres de la cultura que le pudieran decir frente a frente lo que aquellos revolucionarios valieron. Y allí está otra vez la importancia del encuentro, con Osvaldo Bayer, con Norberto Galasso, con Hebe de Bonafini o con Pacho O`Donnell.

En estos diálogos, en formato audiovisual, que pueden verse en la misma sala del MNBA como si fueran cuadros también, se lo ve a Mlynarzewicz pintando con energía mientras sus visitantes hablan, o escuchando mientras sus interlocutores se entusiasman. Es un encuentro en el presente, un encuentro en torno al pasado y con ansias de un nuevo futuro.

Por eso las pinturas de “Revolucionarios” parecen no estar terminadas. Porque ninguna pintura se termina así como ninguna revolución está siempre definitivamente concluida. Con estas pinturas Ariel Mlynarzewicz obliga a “armar” a estos hombres casi a nuestro antojo, a pensar en los movimientos que hacían, a ver sus caras imperfectas. Y así se arma una revolución, conociendo los pormenores más cálidos o crueles de lo que se quiere modificar. Pero para eso es necesario verlos de cerca.

En el retrato de Castelli, muy cerca de su mano, un hojita seca de algún árbol de Plaza Constitución (donde Mlynarzewicz pintó esa obra) está atrapada en la enorme cantidad de pintura que el artista ha utilizado. Esa hojita está a punto de caerse del cuadro y a la vez nos cuenta mucho sobre el lugar donde fue pintado. Es que pintar y liberar a un pueblo tienen algo en común: ninguna debe permitir que la pequeña hoja de nuestra tierra se caiga y se olvide. Ir a ver la muestra “Revolucionarios” es un modo de recordarlo.




http://www.revistadebate.com.ar/?p=4677





lunes, 7 de octubre de 2013

28/02/2012

- Celine y la escritura. En ese caso, es el extremo de la relación que se establece entre la escritura y la memoria. En una novela de neta construcción autobiográfica, Celine arma una de las prosas más gritadas.

- Escritura=Memoria=No hay ningún sentido que prevalezca.

- Pensar similitud entre dibujos de Lawner y grabados de viajeros del XVIII.


07/10/2013 (Papel suelto)

Hay una puerta en una casa lejana que todavía me recuerda. O visceversa.

domingo, 6 de octubre de 2013

13/01/2012 (Amaicha del Valle)

(...)

Acabo de ver un cielo que he visto ya alguna vez. Un espiral de azules de pulover y amarillo del maiz termina en un punto negro cargado de ruidos y sonido a escombros. Seguramente aquel cielo que he visto tenía una más bella observadora.

(...)

06/10/2013

Hay que compra otra libreta, más grande, vacía.

04/10/2013

Violeta aparece en el medio de la misa con sus uñas de barro que crecen sobre la mugre y rasgan la guitarra.

jueves, 3 de octubre de 2013

3/10/2013

Una mujer mira de costado la escalera mientras cierra con candado el canasto de los juguetes. No asiente, no saluda. Murmura.

11/09/2012

Tu cara es un adjetivo.

Aprovechar la primavera para recordar cómo eran los brazos de una mujer.


miércoles, 2 de octubre de 2013

2/10/2013

Henry Miller fue el primer hombre que pisó la luna. Y le dio forma de todo menos de mujer. Ella hizo el resto sóla.

domingo, 22 de septiembre de 2013

José Luis Landet - Taxonomía de un paisaje (Dotfiftyone Gallery, Miami)




Cuando George Sand, la conflictiva escritora del Romanticismo, era tan solo una joven mujer embarazada, una ligera enfermedad la obligó a encerrarse en su habitación seis largas semanas y olvidar durante ese tiempo las cabalgatas por el parque que tanto disfrutaba. Con tristeza pero con esperanzas se encargó de trasladar hasta su cuarto el propio parque: el techo se cubrió de una tela verde, las esquinas rebosaban de ramas de abeto y unas aves tímidas fueron llevadas a volar entre esas cuatro paredes oscuras.

Recrear un paisaje amado, intentar volver a verlo exige que lo conozcamos en toda su intimidad. Traer un paisaje nuevamente ante nuestros ojos nos enfrenta a la necesidad de definirlo de un modo caprichosamente subjetivo: tan solo una tela, unas ramas y una bandada de pájaros fueron necesarias para llevar el bosque de Sand puertas adentro.

Cuando Landet trabaja, su clasificación es el camino certero para conocer hasta el detalle más minúsculo de esas pinturas desconocidas. Así las corta, las tapa, las mancha y casi sin quererlo las rescata del olvido.

Pero su taxonomía es algo más que un modo compulsivamente obsesivo de clasificar y ordenar. La taxonomía es también aquí un modo de narrar porque narrar es reunir sucesos en el tiempo, como pueden reunirse cientos de pequeños cuadrados de lienzos distintos y hacernos creer que nacieron de un mismo pincel.

Las pinturas con las que trabaja Landet, aquellos cuadros empañados por la indiferencia y que algún desalmado abandonó en un mercado de pulgas, fueron en algún momento una narración detenida, una historia visual y llena de íntimas anécdotas que sólo se revelaron a los hombres detrás de las firmas. Son, ahora lo se, como aquellas historias que se escuchan durante generaciones en el centro de una mesa familiar, como si fueran antiguas narraciones orales perdidas también tras un retrato oculto, una fotografía mutilada o una serie de firmas manuscritas.

Sólo después de haber mirado con la paciencia de un científico Landet pudo escuchar las anécdotas que aquellos cuadros han contado alguna vez. Pero las mezcló, las fragmentó, las interrumpió amargamente con un muro o una mancha espesa y negra para narrar las historias de una generación diferente, marcada por otros horrores. Así, y sólo así, Landet nos deja entender que regresar sobre las imágenes del pasado y darles un orden distinto no es solamente un modo de crear una obra original sino que así le ofrece a todo lo que nos antecede la chance de no morir en el olvido.

Cargado de esperanzas entonces José Luis Landet ha logrado que en el medio de esta galería de blancas e iluminadas paredes (ya no el oscuro cuarto de Sand) veamos nacer un paisaje completo e íntimo, el que añoramos y secretamente narraremos a los hijos de nuestros hijos.