Saber que alguien que escribe, que publica vergonzosamente, es además de todo una persona agradable y dulcemente apacible, me permite pensar que escribir (como todo eso que se ha hecho detrás de mi espalda) es más fácil y tierno de lo que uno imagina. Apoyarse en esa gente, pedirles la hora o un pan con manteca, es lo mismo que haber escrito millones de páginas: es que ya lo han hecho por nosotros.
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