viernes, 11 de octubre de 2013

Instrucciones para armar una revolución (Revista Debate - Edición 501 - Septiembre de 2013)




Mucho se ha especulado sobre el encuentro entre Bolívar y San Martín aquel 26 de Julio de 1822. Poco es lo que hoy sabemos y generoso ha sido el mito que se creó entorno a aquellas palabras que intercambiaron los dos más grandes revolucionarios de América Latina. Vamos a ser drásticos también, como ellos. TODO nace de un encuentro: el amor, los niños, las ideas grandiosas e incluso los misterios como aquel de Guayaquil.

La pintura es también, sin dudas, parte de un encuentro. Y el Museo Nacional de Bellas Artes, con la curaduría de Marcela Cardillo, nos da la oportunidad hasta el 22 de septiembre de encontrarnos con un grupo de pinturas que Ariel Mlynarzewicz (1964) hizo  en el año del Bicentenario para homenajear y sentir de nuevo a los revolucionarios de nuestra patria grande.

Para empezar Ariel se ha preguntado cuál era el mejor modo de entender y pintar esas personalidades, las de San Martín, Belgrano, Bolívar, Azurduy, Dorrego y muchos otros protagonistas que afortunadamente ya se han desvinculado de las figuritas y los libros de plástico. Por eso es que verlos allí en el segundo piso del MNBA es un ejercicio de reconocimiento: es difícil, casi innecesario, buscar parecidos con las imágenes que la mala educación ha pintado en nuestros recuerdos. Acá lo que está en juego no es el parecido físico sino un mejor modo de comprender con imágenes la revolución que estos hombres y mujeres desataron. Para Mlynarzewicz la revolución que debía pintar, la que lograron estos hombres, era la perfecta unión entre fuerza y síntesis. Y así lo hizo.
Muchas de las pinturas que aquí se presentan están hechas en base a aquellos viejos retratos de próceres, pero completamente apropiados por este pintor contemporáneo (antiguo discípulo del genial Carlos Alonso). No son imágenes frías y estáticas sino que estallan de colores, ondulan, se retraen y avanzan con fuerza más allá y más acá de la pared endeble de donde cuelgan. Nos muestran el camino que ha seguido el artista para hacerlas, las huellas de las espátulas o los pinceles.

Esas mismas huellas que son estas pinturas, huellas de un proceso de trabajo, intentan con humildad equipararse a las marcas que han dejado desde hace años estos grandes hombres.

Pero no son simplemente formas y colores puestos con ímpetu y brutalmente. En el enorme retrato de Mariano Moreno se lo puede ver escribiendo, rodeado de manchas coloridas, aunque Mlynarzewicz encontró en su investigación la clave de este hombre: el color amarillo de la hoja sobre la que escribe es el mismo que tiene sobre el pecho.

Sucede con el retrato de Manuela Sáenz, la bella compañera de Simón Bolívar, que se adelanta y parece dar la cara por su amado, quien la mira desde atrás. O el de Juana Azurduy cuya cara y brazos, abrazando la espada y la bandera roja, se confunden con el fondo haciéndola parte íntegra del lugar de donde ha surgido.

Esta investigación realizada por Mlynarzewicz ha tenido varias etapas: lecturas, búsqueda de imágenes y fundamentalmente el encuentro con hombres y mujeres de la cultura que le pudieran decir frente a frente lo que aquellos revolucionarios valieron. Y allí está otra vez la importancia del encuentro, con Osvaldo Bayer, con Norberto Galasso, con Hebe de Bonafini o con Pacho O`Donnell.

En estos diálogos, en formato audiovisual, que pueden verse en la misma sala del MNBA como si fueran cuadros también, se lo ve a Mlynarzewicz pintando con energía mientras sus visitantes hablan, o escuchando mientras sus interlocutores se entusiasman. Es un encuentro en el presente, un encuentro en torno al pasado y con ansias de un nuevo futuro.

Por eso las pinturas de “Revolucionarios” parecen no estar terminadas. Porque ninguna pintura se termina así como ninguna revolución está siempre definitivamente concluida. Con estas pinturas Ariel Mlynarzewicz obliga a “armar” a estos hombres casi a nuestro antojo, a pensar en los movimientos que hacían, a ver sus caras imperfectas. Y así se arma una revolución, conociendo los pormenores más cálidos o crueles de lo que se quiere modificar. Pero para eso es necesario verlos de cerca.

En el retrato de Castelli, muy cerca de su mano, un hojita seca de algún árbol de Plaza Constitución (donde Mlynarzewicz pintó esa obra) está atrapada en la enorme cantidad de pintura que el artista ha utilizado. Esa hojita está a punto de caerse del cuadro y a la vez nos cuenta mucho sobre el lugar donde fue pintado. Es que pintar y liberar a un pueblo tienen algo en común: ninguna debe permitir que la pequeña hoja de nuestra tierra se caiga y se olvide. Ir a ver la muestra “Revolucionarios” es un modo de recordarlo.




http://www.revistadebate.com.ar/?p=4677





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