lunes, 25 de febrero de 2013

Independencia - Vassili Balatsos (Revista Arte al límite Enero/Febrero 2013)


Los paisajes se construyen con el tiempo, se nombran y se eligen, son selecciones marcadas de la naturaleza o de aquello que tenemos distante. Los paisajes se observan, no se experimentan con el cuerpo. Son el producto de la mirada humana y por ello se han transformado en parte de la historia del arte.

Vassili Balatsos es griego y estudió en el “Ecole Pilote International d'Art et de Recherche” en Villa Arzón, Niza, Francia entre 1985 y 1990. Después de pasar por pequeños óleos sobre aluminio donde algunos planos de color representaban sintéticamente modernas arquitecturas, y aún después de desarrollar una excelente obra conceptual, Vassili Balatsos se proyecta hoy sobre las paredes de las galerías donde exhibe sus “Independent Landscapes”.

Balatsos no pinta sus paisajes, aunque utiliza colores, ni los dibuja, aunque las líneas de sus contornos sean lo más importante para reconocerlos. Los “Independent Landscapes” son perspectivas que toman las paredes y el suelo de la galería. Son la reunión de la obra abstracta y conceptual de Balatsos. Pero, ¿qué entiende Balatsos por “Paisaje” y por “Independencia”?

“El “Paisaje” es un género de la pintura que revela un cuestionamiento primordial sobre el campo. El campo de la percepción, el marco de trabajo, el horizonte de la actividad. Mi campo es el de la actividad de la construcción. La rejilla y el cuadrado, de una manera modular, forman un paisaje nuevo dentro de la representación de los edificios. A través de todos los niveles de sentido del arte abstracto y la recurrente imagen del urbanismo, me reapropio de esta imagen formal en un sentido literal y metafórico. En estos términos se yergue como un fragmento y también como un agujero. Y finalmente se independizan del género”

Siempre hemos relacionado los paisajes con aquello que no tiene la huella del hombre: una montaña bañada de sol, una playa clara y transparente, la densidad selvática de unos árboles reunidos.  Sin embargo aquellos paisajes son sólo la primera impresión de una vida fecunda, activa y dinámica. ¿Sucede lo mismo en los paisajes urbanos?

Los paisajes de Balatsos están completamente vacíos. Se presentan como reales, guiados por una perspectiva técnicamente perfecta, pero aún en la alegre vibración de sus líneas de colores hay algo que nos espanta. Los edificios que Balatsos representa pueden ser los mismos que plagan las veredas de las ciudades modernas. Sin embargo están tristemente deshabitados. Mirar los “Paisajes independientes” de Balastos es poco más que angustiante, como si miráramos nuestra ciudad desde un piso elevado: desde allí parece vacía y completamente desolada.



Los paisajes de Atenas, la ciudad donde vive y trabaja Balatsos, son hoy la triste pero románticamente cargada imagen de una Acrópolis sobre la que la historia ha pasado arrasando lo que le daba vida a ese antiguo núcleo de la ciudad griega.

Los arquitectos de entonces sabían que sus construcciones sobrevivirían a las personas que cobijaban. Pero los escuetos paisajes de Balatsos están construidos alrededor del pensamiento inverso porque Balatsos no dibuja con tintas o acrílicos esas líneas sino con cintas adhesivas. Así lo efímero es lo que está allí frente a nosotros, los edificios, los paisajes monstruosos que invisibilizan a quienes intentan resguardar.

Lo que falta en los paisajes de Balatsos es lo realmente duradero e ineludible porque esos contornos reclaman a los gritos ser colmados por el movimiento y todo aquello que hace vivir a una ciudad y ponerla en funcionamiento: sus habitantes. Mientras Grecia es el sinónimo de una crisis compleja.

Con el lenguaje despojado y artificial de la tecnocracia, en apariencia alegre y vivo pero en el fondo desagradablemente indiferente, Balatsos desnuda la estructura endeble e incierta de lo que la modernidad ha construido. Quizás por ello su última exhibición se titula: “Civilización, una lista despectiva”.

“Crisis. El artista aprende a vivir con todo tipo de crisis. En ese sentido el arte puede proveer la conciencia para generar la mejor salida de una situación. Ser parte de una crisis ejemplar como la de Grecia sólo puede enriquecer mi campo de actividad y mantenerme estimulado. No se puede ser agradable de todos modos…”

Los paisajes son agradables pero traicionan a la realidad, nos obligan a distanciarnos de ella y la independizan de nuestros sentidos. Sin embargo hay algunos que nos devuelven a ella y son lo que una manifestación violenta es a un período de crisis: un mal necesario.


Danzando sobre el filo - Samira Hodaei (Revista Arte al Límite Enero/Febrero 2013)




Las imágenes que hoy conocemos de Irán están mediatizadas por el discurso televisivo. Se presentan como si fueran el reflejo de una cultura plana que sólo tiene para ofrecer la guerra, la violencia y la intolerancia.

En tiempos de globalización imaginar la geografía de un país no es nada complejo, cuando mapas, fotos y satélites nos ayudan. Sin embargo existirá siempre la necesidad de viajar y observar con los propios ojos. La pregunta por el otro, que nace en ese enfrentamiento, es la base del conocimiento pero también del arte y del respeto. Entonces, ¿con que objetivo viaja el arte fuera de sus fronteras?

“AB-Gallery”, radicada en Suiza, está distanciada unos cuantos miles de kilómetros del mundo islámico. Su propuesta, sin embargo, es quebrar esa distancia y permitir el intercambio. Viajan las obras pero también los artistas, que se instalan en una residencia y se les asigna un taller donde continuarán creando. Son artistas viajeros, como los que se desplegaron por América durante el siglo XVIII y XIX.

Sin embargo, Samira Hodaei no ha llegado a Suiza para observar y describir sino para relatar el profundo entramado de su cultura.

Nació en el sur de Irán en 1981, envuelta en un clima caluroso y húmedo, observando el mar y las mujeres vestidas con sus burkas. Algunas de esas mujeres son las que hoy protagonizan las pinturas de las series “Dancing the Sharp Edge”  y “Sweet Motherland”.

Esas figuras femeninas que se contornean de perfil, con los brazos en alto o extendidos a sus lados, son retazos de una milenaria danza persa. Pero si pensamos en la danza también pensamos en el movimiento. Y es allí donde mejor se nos exhibe la fuerza de las obras de Samira, como en “Hands up lady”, “Sweet pain” o “Every day, every night”.

Sus pinturas están hechas a través de una sucesión de puntos de color, de marcado relieve y textura, permitiendo que los colores y los movimientos se generen en nuestra retina, tal como intentaron Seurat o Signac. Sin embargo, las mujeres aquí portan cuchillos o espadas en poses brutales.

Esas poses se repiten sobre sí mismas generando una ambigüedad en la percepción. Vibrando frente a nuestros ojos, estas mujeres están en el delicado umbral del movimiento y la quietud. Vemos el movimiento pero no lo tenemos realmente delante, como en las imágenes televisivas. Pero hay algo más.

Estas obras son para Samira un homenaje a aquellas mujeres que vivieron y murieron en la ambigüedad, rodeadas de duras convenciones sociales. Por eso la matriz de puntos en sus pinturas no es sólo el movimiento sino también el complejo tejido de una cultura milenaria. Porque ninguna cultura es estática.

El proyecto de la galería entiende el arte como un lenguaje universal, que cruza las fronteras culturales reclamando una vasta comprensión. Pero no borra las fronteras cuando las trasciende. Por el contrario, las acerca.

Las pinturas de Samira Hodaei están allí para preguntarnos cuánto conocemos hoy del verdadero Irán, con sus congojas y sus virtudes, para acercarnos a su país y alejarnos del retrato unilateral de los medios. Por eso las obras de Samira nos invitan silenciosamente a invertir la tradición: debemos dejar de pensar que somos nosotros los que interpelamos a lo desconocido, porque hoy es el arte el que nos exige respuestas y una minuciosa curiosidad.

Estas mujeres, estáticas y dinámicas, están allí gritando algo, demostrando algo que es propio de la artista y de ellas mismas. Y allí está el reto.

Cualquier hombre o mujer comprometida con el mundo, habrá aprendido que los pensamientos se afianzan desde el propio cuerpo, sufriéndolo y observando sus transformaciones y las de quienes nos rodean, suceda esto en Lucerna o en Teherán. Y para poder entender mejor este compromiso, el arte es nuestra más bella herramienta. Entonces, ¿qué ha observado la artista?, ¿con qué se ha comprometido?

En palabras de Samira su infancia, marcada por la guerra entre Irak e Irán, fue una línea muy delgada entre el miedo y la alegría. Todo lo que ha visto y experimentado sobre la vida “fue como danzar sobre el filo de un cuchillo”, como las mujeres en sus cuadros. Hoy, de vuelta en Teherán, tiene la esperanza de no experimentar la guerra nuevamente.

Y quizás es esa esperanza lo que abraza finalmente todos sus cuadros, porque la verdadera cuna del arte está en el lugar donde podamos reconocer el rostro de nuestro primer anhelo, el mismo de todas esas mujeres.