domingo, 29 de diciembre de 2013

24/12/2013


- Es la primera vez que escribo con tinta en este cuaderno que me regalo José Luis y se siente más violento que nunca, este cuaderno obsequiado y de brutales páginas amarillas hacen parecer a la lapicera como una aun más brutal y brillante puñalada.
Es probable que todo aquello se deba también al tiempo que llevo mirando reflejos en este aeropuerto, ocho horas. Ni los poemas de Gola parecían reales: es como estar enfermo, engripado, y no poder saborear la comida.
Pero vuelvo también a esta libreta, como inaugurando (sobre las poesías que la conforman) un nuevo diario de viaje. Debo, siento, me sugiero volver a la prosa y resolver lo que, por miedo, había abandonado. Aclarar las ideas, presentarlas, como bloques.
He visto anochecer en este aeropuerto (que, como todos, es todos y ninguno al mismo tiempo: los no lugares son lo más cercano a dios que tendremos) le he visto producir sombras, muy a su pesar, y dibujar los rastros de las personas que lo han ido abandonando. (Acabo de ver, por primera vez, una cara repetida pasar delante mío: pronto seré tan inmutable e inútil como uno de estos carteles.
Comí, pasee, dormí, desperté, leí, intente reírme y mi hábitat no cambiaba. Es realmente desesperante, mientras la mugre, el mal aliento y la transpiración se me pegan a la cara como rezagos inevitables de esta noche buena (casi como si la estuviera festejando en una terraza porteña). Cuando este embarcando, en unas tres horas, la terraza que se ve desde el balcón de mi casa estará lleno de gente opaca y de luces blancas. Mis padres, pese a su ateísmo, tendrán la inercia de comer y brindar como alguna noche desagradable. Yo acá, solo frente a mi café y mi libreta disfruto (lo confieso) este superficial acto revolucionario. No debo dejar que gane la extrañeza y el desarraigo: "Hoy no es una noche de fiesta para bailar. Hoy, tan solo, es la noche en que nació nuestro Salvador", me dijo una madre joven y fea que se sentó a mi lado durante el primer vuelo.
Alejándome de la fácil caricia de la melancolía quizás pueda hoy hacer nacer al Salvador también. Ese que mira a los costados y se ríe de estupideces, ese que no abandona el concepto ni la practica salvadora pero lo cambia por una buena caminata bajo el sol. Ese que seguirá apiadándose, sin gritar, de los que no lo comprenden y de los que aullentan las dudas con risotadas inconducentes o prejuicios apresurados.
Hace unas horas desperté, de cara al respaldo de un banco, por los gritos y las conversaciones que los techos y las paredes rebotaban hacia mí. Mientras yo miraba la rugosidad negra de la silla algo parecía suceder a mis espaldas. Fue como despertar, nuevamente hace 16 anos en medio de una pila de ropas y carteras montadas sobre la cama matrimonial de una casa ajena que albergaba una fiesta de adultos que nunca busco incluirme. Ansié siempre, aun sin comprenderlos, estar allí: pero igual me seguía durmiendo y no quebraba la curiosidad.
AHORA, mientras los ventanales gigantes del aeropuerto se han vuelto color noche y el espacio se cierra sobre sí mismo, llevare (intentare llevar) la fiesta, la comida, el brindis y el baile adentro mío, y al montículo de ropa.

- Si, como dice Renzi, con Hemingway se paso del género epistolar al género de los llamados telefónicos, quizás la poesía contemporánea se haya convertido en el adalid del "genero web" reforzando aun más la función fáctica del lenguaje y fundamentalmente la necesidad de ubicarse espacialmente casi con la torpeza de un ciego.


- Las azafatas nos atraen porque representan el papel de geishas posmodernas: mujeres que han viajado y bien vestidas que te dan de comer mientras te sonríen.

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