- Es la primera vez que escribo con
tinta en este cuaderno que me regalo José Luis y se siente más violento que
nunca, este cuaderno obsequiado y de brutales páginas amarillas hacen parecer a
la lapicera como una aun más brutal y brillante puñalada.
Es probable que
todo aquello se deba también al tiempo que llevo mirando reflejos en este
aeropuerto, ocho horas. Ni los poemas de Gola parecían reales: es como estar
enfermo, engripado, y no poder saborear la comida.
Pero vuelvo también
a esta libreta, como inaugurando (sobre las poesías que la conforman) un nuevo
diario de viaje. Debo, siento, me sugiero volver a la prosa y resolver lo que,
por miedo, había abandonado. Aclarar las ideas, presentarlas, como bloques.
He visto anochecer
en este aeropuerto (que, como todos, es todos y ninguno al mismo tiempo: los no
lugares son lo más cercano a dios que tendremos) le he visto producir sombras,
muy a su pesar, y dibujar los rastros de las personas que lo han ido
abandonando. (Acabo de ver, por primera vez, una cara repetida pasar delante mío:
pronto seré tan inmutable e inútil como uno de estos carteles.
Comí, pasee, dormí,
desperté, leí, intente reírme y mi hábitat no cambiaba. Es realmente
desesperante, mientras la mugre, el mal aliento y la transpiración se me pegan
a la cara como rezagos inevitables de esta noche buena (casi como si la
estuviera festejando en una terraza porteña). Cuando este embarcando, en unas
tres horas, la terraza que se ve desde el balcón de mi casa estará lleno de
gente opaca y de luces blancas. Mis padres, pese a su ateísmo, tendrán la
inercia de comer y brindar como alguna noche desagradable. Yo acá, solo frente
a mi café y mi libreta disfruto (lo confieso) este superficial acto
revolucionario. No debo dejar que gane la extrañeza y el desarraigo: "Hoy
no es una noche de fiesta para bailar. Hoy, tan solo, es la noche en que nació
nuestro Salvador", me dijo una madre joven y fea que se sentó a mi lado
durante el primer vuelo.
Alejándome de la fácil
caricia de la melancolía quizás pueda hoy hacer nacer al Salvador también. Ese
que mira a los costados y se ríe de estupideces, ese que no abandona el
concepto ni la practica salvadora pero lo cambia por una buena caminata bajo el
sol. Ese que seguirá apiadándose, sin gritar, de los que no lo comprenden y de
los que aullentan las dudas con risotadas inconducentes o prejuicios
apresurados.
Hace unas horas desperté,
de cara al respaldo de un banco, por los gritos y las conversaciones que los
techos y las paredes rebotaban hacia mí. Mientras yo miraba la rugosidad negra
de la silla algo parecía suceder a mis espaldas. Fue como despertar, nuevamente
hace 16 anos en medio de una pila de ropas y carteras montadas sobre la cama
matrimonial de una casa ajena que albergaba una fiesta de adultos que nunca busco
incluirme. Ansié siempre, aun sin comprenderlos, estar allí: pero igual me seguía
durmiendo y no quebraba la curiosidad.
AHORA, mientras
los ventanales gigantes del aeropuerto se han vuelto color noche y el espacio
se cierra sobre sí mismo, llevare (intentare llevar) la fiesta, la comida, el
brindis y el baile adentro mío, y al montículo de ropa.
- Si, como dice
Renzi, con Hemingway se paso del género epistolar al género de los llamados telefónicos,
quizás la poesía contemporánea se haya convertido en el adalid del "genero
web" reforzando aun más la función fáctica del lenguaje y fundamentalmente
la necesidad de ubicarse espacialmente casi con la torpeza de un ciego.
- Las azafatas nos
atraen porque representan el papel de geishas posmodernas: mujeres que han
viajado y bien vestidas que te dan de comer mientras te sonríen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario