Esto es más fácil de lo que pensaba, más
lindo, casi hermoso. No estoy tan mal después de todo, al menos no tanto como
podría, o como debiera. Quedarse en la cama es como si nadie te haya visto
todavía, como si nadie supiera de tu existencia. Todos creen que estás dormido
y por eso te evitan, no cuentan con tu presencia, ni te conocen. Qué curioso,
se siente muy normal. Casi toda mi vida acompañado, dulcemente…
Este pijama es realmente extraordinario, sí, me gusta. Todo esto se
lo debo a él. Quizás por eso me quedo cada vez más tiempo acá recostado, en mi
cama. Sí, claro que es por eso.
La poca gente que todavía se acuerda de
mí seguramente cree que son demasiadas las horas que paso acá encerrado. No
pueden entender que me guste estar en esta casa, tan repentinamente
vacía…Entonces dicen que tengo que salir y me invitan a cenar, me sacan a
pasear como si fuera un chico. Pero ya nadie habla conmigo. Salvo mis hijos, o
mi hija debiera decir porque para Eduardo fue todo muy duro. Los demás me dicen
que lo sienten, que fue todo muy abrupto, o me preguntan si me lo veía venir.
¡Qué se yo!
No, la puerta no se movió, es imposible. Todos creen que todavía
duermo y por eso no vienen a verme ni llaman, ni vuelven. Es mejor así. Según
ellos necesito estar solo.
Lo pienso, lo decido y lo hago: me quedo en la cama. Desde acá puedo
hacer muchas cosas sin tener que darle un dolor más a mis rodillas. Estiro la
mano y agarro el vaso que ayer estaba lleno. Ni recuerdo cuándo lo tomé, quizás
debí haberme despertado a la madrugada. Pero la madrugada fue hace poco porque
mi reloj biológico ya no falla… pero la memoria sí. Bueno, ni importa...No me
acuerdo lo que hice hace unas horas pero sí me acuerdo de su cara los últimos
meses. Se escapaba de mí, como si supiera. Fue repentino, pero estas cosas
siempre son repentinas. La gente de golpe desaparece y tenemos que aceptarlo
aunque nos cueste, es natural.
A ver, desde acá también puedo agarrar algunos de los libros que
están en el estante sobre mi cabeza, aunque cada vez que agarro uno vuelvo a
sentir como un pinchazo en la cadera. Por eso dejé los cuentos completos de
Cortázar en mi mesa de luz. Cuando ayer le dije a Eduardo que los estaba
releyendo me dijo que soy un insensible, y que en realidad no estaba
sorprendido porque yo siempre había sido así. Suerte que no le dije nada de lo
del pijama porque él debe estar mal: era el preferido de su mamá, su hombre. Yo
desde el living siempre los escuchaba conversar en la cocina. Quizás por eso él
tampoco me habla ahora.
Sí, me duele, mierda. Pero no es como un pinchazo sino como un
pellizco. Ahí esta otra vez, es lo único que vuelve, lo único…
Antes no me dolía, o eso creo. Con unos masajes se me pasaba. Pero
antes también tenía que despertarme más temprano. No me refiero a esos años en
que era yo el que le hacía el desayuno a ella, sino a los otros años, cuando
todavía no tenía este pijama y la biblioteca de acá arriba estaba llena... Sí,
el pijama es fabuloso. Ni se nota la diferencia.
Mejor ruedo hacia el otro lado de la cama y me pongo boca abajo así
siento el frío que se acumuló ahí durante toda la noche, o LAS noches porque si
me pongo a contar… Ahí está, es lindo el frío. El pijama está caliente como mi
cuerpo, pero quizás deba sacármelo y sentir mejor el cambio de temperatura. No,
así acostado es más difícil porque me cuesta recoger las piernas, sí, ya me
están doliendo. No, mejor no me saco el pijama adentro de la cama porque va a
ser raro estar otra vez desnudo dentro de esta cama después de tantos años.
Abro las manos, las cierro, abro las manos...Me acuerdo y me dan ganas de reír,
aunque en realidad es triste. Igual no me voy a reír porque sería como decirle
a esta inmensa casa que nada cambió. Y las cosas cambiaron de verdad. ¿No? Sí,
qué se yo... Sí, cambiaron: ahora tengo pijama nuevo.
Su mesa de luz todavía está cerca pero creo que totalmente vacía,
salvo por los papeles esos. Después no toqué más nada, creyendo no se qué: ni
este cuadro horroroso toqué, este que está arriba del respaldo. A veces lo
miraba y pensaba: “Cuando ella no esté más, lo voy a sacar”. Nunca se lo dije,
pero lo pensaba. Mañana lo saco.
Eso es lo bueno. Y que puedo quedarme más tiempo en la cama. Y que
además puedo quejarme todo lo que quiero.
Bueno, me estoy quejando demasiado y no me estoy levantando nada. Es
que este pijama es muy cómodo, no más cómodo sino MUY cómodo. Busqué uno como
el otro sin saber dónde los compraba, y eso es raro. Nunca le pregunté dónde
los compraba pero me gustaba eso porque era parte de nuestra complicidad. Pero
después tuve el mismo pijama un tiempo largo, hasta ahora. Nunca le decía que
necesitaba uno, ella ya lo sabía. Iba y me lo compraba. Punto. Con el último
fue distinto… Bueno, vamo´arriba, a levantarse... Pero si me levanto voy a
tener que sacarme el pijama. No, nadie me obliga. Puedo estar todo el día en
pijama. Sí, ahora sí.
¿Pijama o Piyama? ¿Cómo se escribe? Es difícil porque cuando lo
pronuncio suena como “lluvia” pero no tiene doble l. Qué lástima que no tengo
un diccionario en la mesa de luz. Eso es lo que voy a hacer hoy: voy a ir a
buscar el diccionario a la biblioteca y ponerlo acá al lado mío, por las dudas,
al lado del otro libro grandote. Me gusta, tanto como mi pijama
¿Cómo puede ser que no sepa cómo se escribe pijama? Bueno, tampoco
es una palabra que uno tenga que escribir muchas veces. Aunque ahora que lo
pienso Susana quizás lo sepa, lo supiera, lo hubiera sabido, mierda… Y ahora el
problema es con los verbos. Sí, un diccionario.
Piya-ma, Pija-ma: suena a nene y se escribe como “pija”. Ah, dije
pija. La verdad que me sentí como un chico cuando me compré éste, como cada vez
que ella me lo traía envuelto en una bolsa que olía a plástico. No era tan
difícil pero era hermoso, aunque el psicoanálisis se queje. Terapia le dicen
ahora. “¿Por qué no vas a terapia, viejo? Te va a hacer bien” me dijo mi hija
la semana pasada. No se qué habrá querido decir pero, ¡cómo la quiero!
Preocupándose por mí antes que por ella, no como Eduardo. Igual los dos se
deprimieron mucho después de lo que pasó, y me pedían que los entienda. Claro
que los entiendo: siempre fue su madre antes que mi esposa.
Igual hay cosas que el psicoanálisis no sabe, como esto de quedarse
en la cama envuelto en un pijama nuevo. Aunque yo a Freud me lo imagino
durmiendo en pijama. Pero él seguro que no tenía nadie que le comprara los
pijamas como a mí. El que tengo puesto lo compré yo. Toda la gente que usa
pijama para dormir son buenas personas, me dijo el día que me regaló el
primero. Y yo le creí. Aunque ella no usara pijama....¡me cago en las persianas
estas que dejan entrar el sol!
Está sonando el teléfono, debe ser Silvita: siempre llama a esta
hora de la mañana para darme el saludo de buenos días, pero hoy no voy a
atender porque quiero quedarme en la cama y disfrutar de mi pijama nuevo. Tiene
un pantalón corto y una camisita. Aunque no se por qué tiene bolsillos: el otro
no tenía, y se lo agradezco. ¿Qué necesidad tiene un pijama de tener bolsillos?
Sí, se lo agradezco y tengo que decirlo.. No, no se lo agradezco. Hija de puta.
La mortaja no tiene bolsillos… aunque el pijama sí.
Bueno, ahora sí estoy dispuesto a levantarme. El teléfono sigue
sonando y quizás llegue a atender. Voy a levantarme a atender para que no
piense que estoy deprimido o que directamente me suicidé.
Cruzo el living en pijama pero nadie me ve, es genial esto, es
fantástico. Sólo el teléfono ese de mierda que no para de sonar. Mucho silencio
en esta casa para ser un día de semana. La quiero, siempre la quise. Cada vez
se hace más grande el sonido del teléfono hasta parecer una persona que me
grita desde lejos. Y yo ya no escucho más gritos, eso es lo bueno de todo esto.
Porque los últimos meses no fueron tranquilos, pero ya pasó. Ahora sólo voy a
recodar lo bueno. La muerte no mejora a nadie...
No, no llegué, se cansaron de esperar. ¿Y esto que hace acá en el
living? Mi viejo pijama me mira, quizás un poco resentido, “plegado en las
sombras como una vieja montaña en un valle anochecido”. Quizás debiera
aprovechar para escribir algo de poesía, esa de la que leíamos en la cama
cuando nos conocimos. Pero el pijama ese está ahí, aceptando que debía
cambiarlo, desprenderme de él. Era hora de que alguien lo haga porque tenía
mucha pelusita ya y estaba todo flojo como una baba. Por eso me compré mi
pijama nuevo. YO me lo compré, yo. Por eso soy yo el resentido ahora. Debería
escupirlo. Pasamos tantas cosas juntos y de golpe… Ahí está, todo agujereado,
abandonado, sólo. Esa es la palabra. Sólo otra vez, como cuando era chico.
Otra vez el teléfono y la puta madre que te parió, hija de puta.
Me dijo que yo era un espécimen o espécimen no se cómo mierda se
dice. Pero ahora ni eso puedo escucharle decir. Si estuviera acá le diría que
sí, que tiene razón, que yo también me quiero morir, y que al menos pertenezco
a una especie. Solo que todavía no conozco a todos los de mi especie, pero que
muchos seguro se murieron. Y ese viejo pijama está ahí, agujereado, todavía
vivo, pero ella no y por eso no me río. Lo estoy mirando y sólo yo me doy
cuenta.
Sí, voy a atender, ya estoy bien. Levanto el teléfono y es Silvia,
claro. Son todos tan predecibles como este puto pijama nuevo. Estoy bien, sí,
claro que estoy bien. ¿Y vos?
¿Eh? Con mamá, sí. ¿Qué?, ¿qué te dijo? Sí, está bien decile que
puede pasar a buscar las cosas cuando quiera. ¿Un regalo para mí? ¡Qué cínica
que es eh! Decile, decile... decile que se vaya a la... está bien tenés razón.
Decile que pase pero que toque timbre porque cambié la cerradura. Listo chau
chau, sí sí, besos hijita.
La puta madre con este pijama de mierda me cago de calor. No es una
tela de verano, me equivoqué… y ahora que lo veo bien ya tiene un agujerito.
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