miércoles, 12 de mayo de 2010

Una vez quise llegar lejos (La Ballena)

Todo acto heroico siempre merece aplausos en tanto y en cuanto constituye algo inusual e inesperado. Quizás, en una segunda instancia de reflexión, una acción de tales magnitudes genere pensamientos contradictorios y constructivos, pero junto a la pasiva inmediatez del testigo inactivo que presencia dicho acto, nunca podría generar risas. Pues, más o menos mediático, y lejos de los héroes momentáneos que crean los centros de poder, el heroísmo verdadero no se construye, es natural; y como tal cuestiona las bases mismas de la cambiante sociedad, logrando enaltecer con sus gestos o palabras aquellas premisas hoy ausentes del panorama cultural.
El Proyecto La Ballena fue presentado públicamente hace algo menos de un año, en el Centro Cultural Recoleta como una creación del colectivo artístico Estrella del Oriente, compuesto por Juan Carlos Capurro, Pedro Roth, Daniel Santoro, Tata Cedrón y Marcelo Céspedes. Me ubiqué unos metros delante de los estoicos integrantes, y tras la distribución de un boletín que se explayaba más detalladamente sobre los puntos importantes del mencionado proyecto, se dio inicio a la exposición frente a un auditorio desorientado y confundido: por un lado, el proyecto tiene como base las experiencias anti-estéticas de Duchamp o Beuys donde se intentó cuestionar primero y recolocar después en el debate artístico el problema de la legitimación institucional; por el otro, en cambio, el colectivo artístico tomará como uno de sus fuertes pilares de estímulo las rigurosas leyes de Asuntos Culturales de la Unión Europea para la conservación de los objetos y obras de arte, donde se hace hincapié en su plena protección y cuidado, contrariamente al trato que reciben en dichos países los inmigrantes tercermundistas. De esta manera el proyecto pretenderá, mediante exhaustivas y variadas investigaciones de índole económica y arquitectónica, crear un barco de magníficas y cetáceas dimensiones, para lograr a través de procedimientos específicos, transformar en obras de arte a quienes decidan viajar en él; y así enviarlos al país de su deseo en forma de donación a los museos de la región donde, según el amparo legal, serán feliz y suntuosamente recibidos.
El asombro y la sorpresa se apoderaron de mi atención, y recordé inmediatamente un cuento de Héctor Hugh Munro (mundialmente conocido como Saki). Este autor inglés ha demostrado en sus historias que esa ambigua línea entre la seriedad y la risa es muy fácilmente transitable: hacia el principio presenta una situación superficialmente cotidiana, genera un clima de normalidad con pequeñas vetas absurdas en sus diálogos; pero lentamente las situaciones absurdas comienzan a tomar el terreno de la formalidad, ajustándose sin problemas al marco solemne de la situación, y allí es cuando la risa se desata, para acabar enmudeciéndose en una sonrisa en cada uno de sus sorpresivos finales. En uno de esos relatos, narra la historia de Henri Deplis, un viajante de comercio que, para promover las artes, decide hacerse tatuar la espalda por uno de los más reconocidos tatuadores italianos. Sin embargo, este artista muere inesperadamente y Deplis se queda sin dinero para pagar la obra a la viuda. En consecuencia, ésta decide donar la obra a un museo italiano para quien se consideraba trascendental poseer la última gran obra maestra del autor. Es así como Deplis se ve envuelto en disquisiciones jurídicas sobre su propio cuerpo, es detenido en las fronteras para proteger la obra y termina enrolándose, lógicamente, tras las líneas del anarquismo.
La estridente y horrorosa carcajada del señor que gesticulaba al lado mío volvió a acaparar mi atención. Durante la reservada exposición del proyecto las risas entre el auditorio poco pudieron evitarse, ya que muchas veces son el remedio desacralizador para enfrentar propuestas incomprensibles y así tornarlas ridículas o absurdas. Pero lejos de reaccionar impulsivamente, las explicaciones de los disertantes continuaron desplegándose en forma seria sobre los otros puntos del proyecto: el dinero necesario para construirlo, la base legal sobre la que se sustenta, la forma de ingresar al proyecto, etc. Indudablemente, quienes decidieron no reír han encontrado sutiles preguntas en busca de pensamientos claros y distintos; por lo tanto, aunque admito que me encontraba confundido, preferí dudar y plantearme lo siguiente: ¿hacia dónde se dirige y qué pretende este faraónico proyecto?.
En primer lugar conocemos los esfuerzos de las Vanguardias Históricas por igualar el Arte y la Vida al punto de confundirlas, mientras en vano se intentaba derrocar la tiranía de la homologación institucional. El Grupo Dada conforma el más perfecto ejemplo de las ambiciones reinantes en las primeras décadas de ese siglo veinte, y es necesario aclarar que gran parte de sus obras tenían un claro contenido político. Pero conocemos también los absurdos experimentos de las Neovanguardias que desde la segunda mitad del siglo XX oficializaron sus medios artísticos, contradiciendo sus propósitos, pues se jactaban de mantener, y aún lo hacen, los primigenios postulados dadaístas, por ejemplo, mientras descansaban sobre los cómodos y refulgentes féretros burocráticos de eventos como ArteBA. De esta forma, comprenderemos que junto a la vanguardia argentina han muerto también los principios políticos y sociales renovadores que alentaron a toda esa generación. Estrella del Oriente, aceptando quizás la imposibilidad de aniquilar la titánica máquina devoradora y comercializadora de arte, se autoproclama como Institución y pretende revertir el procedimiento de transformación: ya no veremos cómo las obras son ingeridas por dicha máquina para tornarse objetos personalizados y hieráticos donde solamente prima lo que es y no lo que transmite, sino que cada uno de nosotros como individuos se podrá ver expulsado de La Ballena así como Jonás lo ha hecho en el Antiguo Testamento, sintiendo la autonomía y libertad que toda creación necesita, comprendiendo el mensaje divino donde palabras como Arte y Vida no se reconocen como objetos contrapuestos.
En consonancia pero hacia 1953, la novela Fahrenheit 451 concluye su hipotético relato futurista con la esperanza de conformar una comunidad donde cada hombre sea un libro. Si bien Bradbury propone esa solución al conflicto generado dentro de la ficción, ¿qué diferencias encontramos con los conflictos sociales en los albores de este tercer milenio? ¿Acaso se han dejado de menospreciar las diferencias y la cultura? ¿No es la homogeneización superficial de la sociedad una forma de enmascarar con Democracia un aparato político corrompido? Si bien de severa raigambre estética, no vale tanto cuestionar su estatuto artístico como escuchar los quejumbrosos gemidos que La Ballena genera en carácter de preguntas, develando el ridículo tras la hipocresía de gobiernos que protegen las obras de arte con mayor cuidado que a los seres humanos; manifestando, en definitiva, urgentes necesidades frente a las que el debate estético queda empequeñecido. De esta forma, la exposición del proyecto bajo su factura deliberadamente ambigua, no es ya una mera presentación sino también un experimento sociológico, una forma de poner a prueba al auditorio, aguardando sus múltiples preguntas, sus quejidos o sus certeros silencios que variarán y se revelarán de acuerdo a la diversidad social que se presente.
No obstante, cualquiera sean las intenciones, el proyecto permite indagar sobre sus potenciales posibilidades de realización con la seriedad de quien lo propone, descubriendo la identidad de los implícitos enemigos de estos elevados objetivos y que, como obstáculos, impedirían su concreción. No será infantil o estúpido creer en su ejecución, así como tampoco dejará de ser exacto vislumbrar un futuro (cercano o lejano) donde hayan caído en desuso palabras como Indigencia o Exilio. Por ello, finalmente el acto heroico de La Ballena reside en la reinclusión de la Utopía como pilar fundamental de la creación, en el marco de una sociedad que traduce su desgano y descreimiento en sonoras carcajadas.

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