miércoles, 12 de mayo de 2010

El espíritu de la escalera

Publicar hoy en Argentina, bajo la modalidad que sea, parece ser una actividad fácil y poco original. La exuberante cantidad de ensayos, libros de ficción o revistas culturales que se exponen en nuestro país, nos puede llevar a creer que el libre albedrío creativo ha llegado a nuestras manos. Sin embargo, escribir actualmente (una acción cada vez más contrapuesta a publicar) parece haber perdido las fuertes connotaciones que supo consolidar hace unas décadas atrás, cuando la cultura argentina no se había teñido de un liberalismo escalofriante. Para algunos, ello es la consecuencia lógica de una medición lineal y progresiva del tiempo, donde todo se encuentra en la línea de montaje correcta sin conocer exactamente las piezas que componen al escritor contemporáneo. Para otros, en cambio, es el primer síntoma de una maligna enfermedad que acusará a nuestra cultura y nuestra sociedad por miles de años. Pero hay algo evidente: ya no existen para el joven escritor limitaciones políticas ni restricciones mediáticas, ya no se enfrenta simultáneamente a la hoja en blanco y al temor del exilio, o a la censura. En definitiva, parece haberse extinguido, afortunadamente, la atroz bestia enemiga del arte y del pensamiento frente a la que tantos conocidos autores han desenvainado la persistente fuerza de la coherencia, la rebeldía o la vida al precio de sus propias vidas: todos y cada uno de los escritores veían en la desigualdad o la represión, por ejemplo, el eje exacto donde encauzar sus motivaciones artísticas llevando la Libertad y el Pensamiento como estandarte. De todas formas, la disipación de ese enemigo común, que podía llevar el nombre de una forma de gobierno, de un estilo de vida o de una actitud humana frente al mundo, que aunaba los impulsos y objetivos de toda una generación internacional; dicha disipación fue ficticia e ilusoria, y de esa manera se nos ha hecho creer que esos escritores son hoy solamente buenos e inofensivos momentos de literatura, nada más, y que debemos considerarlos como el símbolo de una generación y de un siglo, como parte de un pasado remoto y lejano.
Hoy sabemos todavía que las grandes luchas se ganan a grandes enemigos, y que esas batallas, lejos de ser victorias pírricas, se premian con la caricia de la Verdad y el abrazo del Crecimiento. Pero indefectiblemente ese concepto parece haber sido trasladado y relegado al ambiente del espectáculo deportivo u otros contextos maniqueístas similares, fragmentando así la unión que lo caracterizaba y la fuerza con la que se luchaba, para otorgarle una intrascendencia inmerecida. Es nuestro deber, por lo tanto, como agentes culturales, descubrir y exponer esa fuerza opositora subrepticia que continúa dañando todos y cada uno de nuestros ámbitos de desarrollo, y finalmente intentar demoler ese mecanismo con palabras e imágenes que expresen la intemporalidad de una Ideología, convencidos de que el Arte es simultáneamente una opinión sobre la disciplina y sobre el Mundo.
“El Tiempo es un asesino que mata huyendo”, escribió Quevedo. Y como tal, le tememos, decidiendo, al fin, ni afrontarlo ni modificarlo. El Tiempo ha sido para el hombre uno de los problemas más trascendentes y porfiados: caprichoso y huidizo, las más grandes civilizaciones pretendieron aprehenderlo y comprenderlo con el afán de representarse como inmortales. Más aún, fue un gran obstáculo para aquellos grandes artistas que buscaron la creación en esos efímeros instantes de tranquilidad: “El tiempo es nuestro, no de los relojes”, parecieran gritar, yendo a contrapelo de una sociedad industrializada que busca encerrar el tiempo en un nefasto artefacto de pulsera y que reniega de los momentos de ocio. Es precisamente allí, en esos momentos de recogimiento, cuando debemos invertir nuestras fuerzas en desmenuzar contradicciones o arribar a reflexiones que tengan como objetivo hacer estallar esta concepción temporal, para regalar los fragmentos a las culturas que les pertenece. Hoy, en esta época denominada Posmodernidad, donde atributos como la velocidad, la diversidad o la parcelación de la realidad han sido mansamente asimilados, el Tiempo sigue siendo único e irrevocable, contribuyendo a que esos instantes de meditación sean cada vez más pequeños y progresivamente inexistentes. Comenzamos, por lo tanto, a concebir nuestras vidas como una mera práctica presente, incapaz de proyectarse hacia atrás o hacia delante y sin capacidad de establecer evidentes comparaciones, sin poder pensar. Porque “pensar es olvidar diferencias”, como dijo Borges.
Paralelamente, esa fragmentación que nos caracteriza nuestra época no es más que la expresión cultural de una idea de la realidad penosamente construida por abordajes específicos de problemas gigantescos, y que termina violando la búsqueda de las grandes definiciones que, como un hilo, hilvanaba las perlas del hermoso collar que hoy dudamos en llamar Humanidad.
Siguiendo esa línea, he decidido titular estas palabras como “El espíritu de la escalera”, una expresión francesa atribuida a Diderot, quien así describe el malestar de habernos quedado con las palabras en la boca durante una discusión, la horrible sensación de saber qué decir pero en el momento inoportuno, cuando el debate ya finalizó y nosotros bajamos la escalera, derrotados y conscientes de nuestra dificultad pero sin conocer sus causas. A ese interrogante se busca responder desde aquí. Desde este lugar, entonces, pretendo recuperar ese tiempo necesario para decidir qué decir o qué pensar y definir un espacio donde el tiempo sea el protagonista vital e inviolable. A reconstruir, también, las ligazones que unían las solemnes frases categóricas, y así volver a armar las definiciones que con tanta valentía fueron gritadas por nuestros antepasados y que han sido abandonadas sin volver a ser pensadas, siendo relegadas al inmerecido lugar de los sobrecitos de azúcar; se pretende, asimismo, que este espacio se transforme en un lugar para escribir las cosas que queremos leer, con la necesidad como eje imperante de la creación, no como el fruto de una obligación semanal con nuestros lectores. En resumen, será de mi agrado generar un lugar donde los lectores tengan la posibilidad de observar y discutir los problemas desde un espacio y un tiempo determinado en nuestras vidas cotidianas, plenamente influenciadas por un Arte donde el tiempo deja de ser dinero y comienza a ser pensamiento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario