jueves, 13 de mayo de 2010

Librería "El Gaucho"

Fue exactamente así como la descubrí, sin proponérmelo. Deambulaba rabiosamente por la zona de Primera Junta, cabizbajo por haber recibido la noticia de que una de mis librerías preferidas había sido reemplazada, en el lapso de dos meses, por algún kiosco imperceptible que seguramente volvería a ser reemplazado por alguna casa de activación de celulares. Pienso en ese mecanismo de casualidades, en ese orden lógico en el que confiaban incluso los dadaístas para producir sus obras; recuerdo la sorpresa que me produjo ver su fachada atiborrada de colores y formas filatélicas. Pienso también que de la misma forma encontramos los libros más inesperados: revolviendo, hurgando, cansando nuestras espaldas, llenando nuestras manos de polvo, se desenvuelve por fin la epifanía y presenciamos cómo un oxímoron se materializa entre nuestro anhelo y el precio del volumen.
Sin embargo, observo hoy, con tristeza, que la comodidad y agilidad de la compra virtual nos ha despojado de ese maravilloso momento, donde un libro tontamente abandonado se cruza con nuestra necesidad y es devuelto a su lugar de origen, la biblioteca. Algo así decía Benjamin: los libros han sido hechos para estar en bibliotecas, no en el circuito comercial, y la tarea del lector es la de regresar al libro a su lugar de origen. Observo también, con ironía, que un adolescente puede, por estos días, conformar una biblioteca básica de literatura universal sin haber conocido nunca una librería, sin haber escuchado nunca el sordo rumor de una librería vacía y sin haber agotado nunca sus manos más que sobre el teclado de una computadora.
De todas formas aún tenemos la facultad de imaginar una librería ideal: algunos la dibujarán con angostos pasillos entre altas y apretadas estanterías, o bien con bibliotecas sin fondo para poder ver a la borrosa figura femenina que compra en el sector contiguo; otros se deleitarán con un local pequeño, de dos contundentes pisos plagados de volúmenes y con la libertad suficiente para sentarse en el suelo alfombrado sin ser interrumpido por una jauría de turistas curiosos o el estridente silbido de una máquina de café.
“El Gaucho” es exactamente así, y no ha cambiado demasiado desde la primera vez que la encontré hace algo más de cuatro años. Ubicada en Neuquén al 800, en la delicada y tempestuosa confluencia con una diagonal transitada, ésta olvidada librería se encuentra protegida por autores tan disímiles como García Lorca y Giordano Bruno, que hoy, convertidos sus nombre en calles poco significativas, rodean las inmediaciones del local simbolizando la sorpresiva variedad de volúmenes que podemos allí encontrar. De todas formas, si decidimos enfrentarnos a este gaucho literario, debemos saber que para desenterrarle algunas palabras memorables o consejos oportunos, antes es necesario conocerlo en profundidad y observarlo con detenimiento. Las despreocupadas mesas de libros que flanquean la entrada al local, cual manos cuarteadas por el uso del rebenque, nos invitan amigablemente a aceptar que la diferencia entre comprar y robar es muy tenue, como bien supo Fierro: Margaret Mead, una antología de poetas uruguayos o la colección de obras de Premios Nobel de Literatura, se regalan como la prostituta del pueblo al insultante precio de dos o tres pesos. Al fin, apenas ingresados al local, recorriendo nuestra vista hacia los cuatro puntos cardinales y saboreando las ráfagas de viento que ingresan por la puerta, sentimos la aventura que nos deparará recorrer junto a este gaucho los inmensos campos de sabiduría que nos aguardan, a pesar de la estrecha superficie que ocupan sus toscas estanterías de hierro y que se despliegan en profundos y laberínticos pasillos, inicialmente inaugurados por satíricas y enormes caricaturas de nuestros escritores más reconocidos.
Como todo hombre de pueblo, el gaucho es un personaje ambiguo, pero paralelamente complejo de abordar. Sin embargo, los rótulos colocados sobre las estanterías nos permitirán ubicarnos perfectamente en cada uno de los pasillos, en cada uno de los estantes y escoger alfabéticamente el autor de la disciplina más extraña. Así, y consecuentemente con la pulcritud y prolijidad de Francisco (el hombre que nos mira desde el escritorio de la entrada) encontraremos paradójicas exégesis del mundo de la escritura: la Filosofía, representada aquí por Jenofonte, Kierkegaard o Confucio es acompañada por los estantes vecinos de Esoterismo y Psicología; más hacia el fondo, por el quinto pasillo, el estante Lucha Armada es sostenido por libros acerca de Roca y Rivadavia. Si mencioné la dificultad que entraña comprender o conocer a un gaucho de estas características en su plenitud, es porque solamente encontraremos los títulos más extraños colocándonos en cuclillas y observando los estantes más bajos, recordando la posición del clásico baqueano hurgando en las huellas prometedoras. Frutos de nuestra búsqueda serán una autobiografía de Victoria Ocampo editada por Sur en tres ornamentados y lujosos tomos, una inexplicable edición francesa del Adán Buenosayres, un desconocido libro de Durrell o el infaltable y molesto tomo de crítica literaria de Paul Groussac. Abro cada uno de los libros y leo el precio garabateado en sus primeras hojas, me incorporo triunfante y giro para interrogar con la mirada al hombre de la entrada, quien asiente con la cabeza, se acerca y dice: “Los precios son como los vientos de la Pampa, un susurro”. Consternado, subo las escaleras y asomo la cabeza por el segundo piso. Pensé inmediatamente en la biblioteca babilónica, pero atesoraré la descripción y les dejaré a ustedes el privilegio de experimentar la emoción de una nueva conquista. Saliendo ya, volviendo a cruzar la puerta, recordé a Juan Dahlmann: “Sintió que si él, entonces, hubiera podido elegir o soñar su muerte, ésta es la muerte que hubiera elegido o soñado”. Un duelo a cuchillo con un gaucho desconocido.

1 comentario:

  1. Hola marcos, que bueno tu blog. Me gusta. No encuentro tu teléfono. Podemos encontrarnos para tomar un café y charlar. mandame tu celu a mi mail. gonzalo.agustin.sueiro@gmail.com

    te dejo un abrazo y espero que andes bien

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