En décadas en que la moda se
ha transformado en tema de noticieros, en semanas en que los diseñadores
desfilan por la pasarela frenética de la televisión y determinan cruelmente
quién está afuera y quién está adentro de “algo”, encontrar un grupo de
maniquíes en la sala de un museo de arte moderno pareciera ser más de la misma
guarangada. Ver en detalle y con paciencia, como siempre, es un buen antídoto
contra esos prejuicios.
La muestra antológica que el
Museo de Arte Moderno de Buenos Aires decidió festejarle en vida al artista
argentino Eduardo Costa (1940) y que
finaliza el 14 de septiembre exhibe, desde antes de cruzar la puerta de la sala,
una extraña visión: los dispersos maniquíes dispuestos irregularmente a nuestra
altura o sobre la pasarela improvisada, además de hacernos sentir incómodos
(como si hubiéramos interrumpido una reunión a la que no pertenecemos) parecen
estar recreando una ficción, reemplazando cuerpos verdaderos y dramatizando con
torpeza algo preexistente.
Es que efectivamente es así.
Estos maniquíes son el rezago de una fiesta, de una acción, de un tipo de
evento estético que en 1969 Costa llamó “The Fashion Show Poetry Event” y que en
su momento incluyó a las estrellas del arte pop Andy Warhol y Claes Oldenbur.
Este evento, que el pasado 10 de mayo en la inauguración recreó con nuevos y
más extravagantes vestidos, con nuevos y más jóvenes artistas y poetas
transformados en modelos ocasionales, fue para Costa el inicio de una etapa,
por ejemplo, en que Vogue le dio el espacio para que pusiera patas para arriba
la idea de la moda con objetos verdaderamente extravagantes y que fundían a la
perfección sus intereses artísticos.
Sin embargo esta revelación
creativa en la capital del arte moderno no fue casual. Ya en 1966 en Buenos
Aires, junto a Jacoby y Escari fundó a través de un manifiesto un arte
extremadamente nuevo y afortunadamente actual para la sociedad argentina: el
arte de los medios, que ponía sobre la mesa la función de los medios de
comunicación como posibles constructores de realidades ficticias.
Desde aquel momento hasta
ahora, Costa ha trabajado siempre en el límite entre lo verdadero y lo
ficticio. Uno se transforma en otro y van juntos hasta los predicados mismos de
las vanguardias, buscando alcanzar el objetivo último que el arte, cuando es
genuino, se ha propuesto desde principios del siglo XX: que el arte y la vida
se confundan.
Para lograr eso Costa, entre
tantos otros artistas de los 60, ha buscado en el extremo de las herramientas
cotidianas y de los nuevos medios de reproducción, por ejemplo, un camino de
expresión donde nuevamente se mezclaran todos los términos. Cuando se instaló
en Nueva York grabó, en grupo, poesías que cada uno creaba en cintas
magnetofónicas (algo que ya había hecho con Jacoby en Buenos Aires y que
llamaron “Literatura oral”). Después hizo obras audiovisuales donde alguna de
sus características (visuales o sonoras) se ponía en jaque. En ese contexto es
que nace la idea del Fashion Show Poetry Event, cuando el Pop Art parecía hacer
ingresar al mundo del arte ficciones de otros momentos de la vida, de otros
materiales del mundo, de otras sensibilidades.
Pero ese camino nuevo de
Costa, dentro de la industria de la moda, es complejo hoy de leer en un solo
sentido. Aquello que en esos años podía verse con una intención de ruptura ha
sido hoy cooptado por esa misma industria que criticaba. Las ficciones que Costa
había introducido en el ligeramente real mundo de la moda para subvertirla, hoy
vemos que han alimentado de nuevas ficciones el monstruo cada vez más irreal y
superficial de la moda y la publicidad.
Aquello con lo que él jugó,
y que de algún modo profetizó (pensemos nada más en los atuendos peinados de Lady Gaga), haciendo aros con
formas del cuerpo humano, brazaletes incómodos hechos con ramas de árbol
fundidas en bronce o las delicadas mariposas muertas convertidas en prendedores
perversos, hoy ya es una parte natural y casi avejentada de la maquinaria de la
moda. La vertiginosa voracidad de la industria, lejos de haberse detenido, parece
estar burlándose de lo que utilizó para su provecho.
Pero la muestra no consta
solamente de vestidos, joyas inutilizables hechas con caracoles y calcos del
cuerpo humano. También Costa reunió aquí esas obras audiovisuales de los 60,
sus colaboraciones musicales con los hermanos Moura de Virus en los 80 y las
obras que desde 1994 llamó “Pinturas volumétricas”, una misteriosa serie de
objetos tridimensionales hechos pura y exclusivamente con pintura acrílica. Y
acá es donde Costa vuelve a recuperar ese coqueteo con Borges, su maestro, y
los juegos de ficciones.
Sin dudas Costa es todavía un
artista escurridizo, un heterogéneo creador que nos ha dejado desde su juventud
una gran duda: las ficciones nos inundan, el arte y la moda son grandes
mentiras y hasta estas mismas palabras pueden ser una mentira a la que, lamentablemente,
el medio ya nos ha acostumbrado.
Saludos de parte mia, Costa.
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