lunes, 25 de febrero de 2013

Danzando sobre el filo - Samira Hodaei (Revista Arte al Límite Enero/Febrero 2013)




Las imágenes que hoy conocemos de Irán están mediatizadas por el discurso televisivo. Se presentan como si fueran el reflejo de una cultura plana que sólo tiene para ofrecer la guerra, la violencia y la intolerancia.

En tiempos de globalización imaginar la geografía de un país no es nada complejo, cuando mapas, fotos y satélites nos ayudan. Sin embargo existirá siempre la necesidad de viajar y observar con los propios ojos. La pregunta por el otro, que nace en ese enfrentamiento, es la base del conocimiento pero también del arte y del respeto. Entonces, ¿con que objetivo viaja el arte fuera de sus fronteras?

“AB-Gallery”, radicada en Suiza, está distanciada unos cuantos miles de kilómetros del mundo islámico. Su propuesta, sin embargo, es quebrar esa distancia y permitir el intercambio. Viajan las obras pero también los artistas, que se instalan en una residencia y se les asigna un taller donde continuarán creando. Son artistas viajeros, como los que se desplegaron por América durante el siglo XVIII y XIX.

Sin embargo, Samira Hodaei no ha llegado a Suiza para observar y describir sino para relatar el profundo entramado de su cultura.

Nació en el sur de Irán en 1981, envuelta en un clima caluroso y húmedo, observando el mar y las mujeres vestidas con sus burkas. Algunas de esas mujeres son las que hoy protagonizan las pinturas de las series “Dancing the Sharp Edge”  y “Sweet Motherland”.

Esas figuras femeninas que se contornean de perfil, con los brazos en alto o extendidos a sus lados, son retazos de una milenaria danza persa. Pero si pensamos en la danza también pensamos en el movimiento. Y es allí donde mejor se nos exhibe la fuerza de las obras de Samira, como en “Hands up lady”, “Sweet pain” o “Every day, every night”.

Sus pinturas están hechas a través de una sucesión de puntos de color, de marcado relieve y textura, permitiendo que los colores y los movimientos se generen en nuestra retina, tal como intentaron Seurat o Signac. Sin embargo, las mujeres aquí portan cuchillos o espadas en poses brutales.

Esas poses se repiten sobre sí mismas generando una ambigüedad en la percepción. Vibrando frente a nuestros ojos, estas mujeres están en el delicado umbral del movimiento y la quietud. Vemos el movimiento pero no lo tenemos realmente delante, como en las imágenes televisivas. Pero hay algo más.

Estas obras son para Samira un homenaje a aquellas mujeres que vivieron y murieron en la ambigüedad, rodeadas de duras convenciones sociales. Por eso la matriz de puntos en sus pinturas no es sólo el movimiento sino también el complejo tejido de una cultura milenaria. Porque ninguna cultura es estática.

El proyecto de la galería entiende el arte como un lenguaje universal, que cruza las fronteras culturales reclamando una vasta comprensión. Pero no borra las fronteras cuando las trasciende. Por el contrario, las acerca.

Las pinturas de Samira Hodaei están allí para preguntarnos cuánto conocemos hoy del verdadero Irán, con sus congojas y sus virtudes, para acercarnos a su país y alejarnos del retrato unilateral de los medios. Por eso las obras de Samira nos invitan silenciosamente a invertir la tradición: debemos dejar de pensar que somos nosotros los que interpelamos a lo desconocido, porque hoy es el arte el que nos exige respuestas y una minuciosa curiosidad.

Estas mujeres, estáticas y dinámicas, están allí gritando algo, demostrando algo que es propio de la artista y de ellas mismas. Y allí está el reto.

Cualquier hombre o mujer comprometida con el mundo, habrá aprendido que los pensamientos se afianzan desde el propio cuerpo, sufriéndolo y observando sus transformaciones y las de quienes nos rodean, suceda esto en Lucerna o en Teherán. Y para poder entender mejor este compromiso, el arte es nuestra más bella herramienta. Entonces, ¿qué ha observado la artista?, ¿con qué se ha comprometido?

En palabras de Samira su infancia, marcada por la guerra entre Irak e Irán, fue una línea muy delgada entre el miedo y la alegría. Todo lo que ha visto y experimentado sobre la vida “fue como danzar sobre el filo de un cuchillo”, como las mujeres en sus cuadros. Hoy, de vuelta en Teherán, tiene la esperanza de no experimentar la guerra nuevamente.

Y quizás es esa esperanza lo que abraza finalmente todos sus cuadros, porque la verdadera cuna del arte está en el lugar donde podamos reconocer el rostro de nuestro primer anhelo, el mismo de todas esas mujeres.

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