Las imágenes que hoy conocemos de Irán
están mediatizadas por el discurso televisivo. Se presentan como si fueran el
reflejo de una cultura plana que sólo tiene para ofrecer la guerra, la
violencia y la intolerancia.
En
tiempos de globalización imaginar la geografía de un país no es nada complejo,
cuando mapas, fotos y satélites nos ayudan. Sin embargo existirá siempre la
necesidad de viajar y observar con los propios ojos. La pregunta por el otro,
que nace en ese enfrentamiento, es la base del conocimiento pero también del
arte y del respeto. Entonces, ¿con que objetivo viaja el arte fuera de sus
fronteras?
“AB-Gallery”,
radicada en Suiza, está distanciada unos cuantos miles de kilómetros del mundo
islámico. Su propuesta, sin embargo, es quebrar esa distancia y permitir el
intercambio. Viajan las obras pero también los artistas, que se instalan en una
residencia y se les asigna un taller donde continuarán creando. Son artistas
viajeros, como los que se desplegaron por América durante el siglo XVIII y XIX.
Sin
embargo, Samira Hodaei no ha llegado a Suiza para observar y describir sino para
relatar el profundo entramado de su cultura.
Nació
en el sur de Irán en 1981, envuelta en un clima caluroso y húmedo, observando
el mar y las mujeres vestidas con sus burkas. Algunas de esas mujeres son las
que hoy protagonizan las pinturas de las series “Dancing the Sharp Edge” y “Sweet Motherland”.
Esas
figuras femeninas que se contornean de perfil, con los brazos en alto o extendidos
a sus lados, son retazos de una milenaria danza persa. Pero si pensamos en la
danza también pensamos en el movimiento. Y es allí donde mejor se nos exhibe la
fuerza de las obras de Samira, como en “Hands
up lady”, “Sweet pain” o “Every day, every night”.
Sus
pinturas están hechas a través de una sucesión de puntos de color, de marcado
relieve y textura, permitiendo que los colores y los movimientos se generen en
nuestra retina, tal como intentaron Seurat o Signac. Sin embargo, las mujeres
aquí portan cuchillos o espadas en poses brutales.
Esas
poses se repiten sobre sí mismas generando una ambigüedad en la percepción.
Vibrando frente a nuestros ojos, estas mujeres están en el delicado umbral del
movimiento y la quietud. Vemos el movimiento pero no lo tenemos realmente
delante, como en las imágenes televisivas. Pero hay algo más.
Estas
obras son para Samira un homenaje a aquellas mujeres que vivieron y murieron en
la ambigüedad, rodeadas de duras convenciones sociales. Por eso la matriz de
puntos en sus pinturas no es sólo el movimiento sino también el complejo tejido
de una cultura milenaria. Porque ninguna cultura es estática.
El
proyecto de la galería entiende el arte como un lenguaje universal, que cruza
las fronteras culturales reclamando una vasta comprensión. Pero no borra las
fronteras cuando las trasciende. Por el contrario, las acerca.
Las
pinturas de Samira Hodaei están allí para preguntarnos cuánto conocemos hoy del
verdadero Irán, con sus congojas y sus virtudes, para acercarnos a su país y
alejarnos del retrato unilateral de los medios. Por eso las obras de Samira nos
invitan silenciosamente a invertir la tradición: debemos dejar de pensar que
somos nosotros los que interpelamos a lo desconocido, porque hoy es el arte el
que nos exige respuestas y una minuciosa curiosidad.
Estas
mujeres, estáticas y dinámicas, están allí gritando algo, demostrando algo que
es propio de la artista y de ellas mismas. Y allí está el reto.
Cualquier
hombre o mujer comprometida con el mundo, habrá aprendido que los pensamientos
se afianzan desde el propio cuerpo, sufriéndolo y observando sus
transformaciones y las de quienes nos rodean, suceda esto en Lucerna o en
Teherán. Y para poder entender mejor este compromiso, el arte es nuestra más
bella herramienta. Entonces, ¿qué ha observado la artista?, ¿con qué se ha
comprometido?
En
palabras de Samira su infancia, marcada por la guerra entre Irak e Irán, fue
una línea muy delgada entre el miedo y la alegría. Todo lo que ha visto y
experimentado sobre la vida “fue como danzar sobre el filo de un cuchillo”,
como las mujeres en sus cuadros. Hoy, de vuelta en Teherán, tiene la esperanza de
no experimentar la guerra nuevamente.
Y quizás es
esa esperanza lo que abraza finalmente todos sus cuadros, porque la verdadera cuna
del arte está en el lugar donde podamos reconocer el rostro de nuestro primer anhelo,
el mismo de todas esas mujeres.
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