José Luis Landet – A sub umbra
Por
Marcos Krämer
El
paisaje es la parte de un territorio que puede ser observada desde un
determinado lugar. El diccionario lo dice y podemos creerlo. Pero por breve esa
definición es ligeramente equivocada porque el paisaje es sólo una muestra burdamente
incompleta de la naturaleza.
Un
paisaje es un sitio real que se mira (o que se ha mirado) desde lejos. Tanto si
es un paisaje que observamos directamente como uno pintado o fotografiado, la
cercanía lo anula y lo niega: observarlo con la nariz pegada a ellos los
transforma y desgrana. Porque un paisaje es algo que se crea con la mirada, no con
el resto del cuerpo: su tacto y sus olores sólo pueden ser imaginados o
recordados pero nunca vividos en el presente del paisaje que observamos. También
por eso un paisaje no tiene individualidades sino grandes y vagas formas que
apenas podemos describir: solamente grupos de árboles, colores aparentemente
rotundos, escasos movimientos.
Detenerse
en la naturaleza que observamos y preguntarse por sus formas específicas
convierte al paisaje en terreno del mismo modo en que lo hace la cotidianeidad:
a los paisajes se va una sola vez pero al regresar ya se han convertido en
terrenos para nosotros.
Es
cierto que las más recientes obras que José Luis Landet expone en Document Art
Gallery hechas con pequeños pedazos de antiguos paisajes pintados pueden hacernos
volver a preguntar sobre éstas diferencias (más aún si atendemos al título de
la exhibición, “Verosímil/Ficcional”).
También
es cierto que podríamos pensar a las obras de Landet como una reacción violenta
a la tradición, un gesto maquinalmente vanguardista de apropiación y alteración
de las tradiciones hegemónicas de la figuración, el paisaje como género
pictórico, y muchos otros etcéteras. Pero tanto los materiales de los que se
vale como el proceso que los modifica y las obras que ha generado nos permiten
pensar aún sobre algo más interesante.
Desde
hace algunos años atrás tengo en mi casa seis cuadros al óleo que mi
tatarabuelo pintó hace mucho tiempo ya. Aún sin colgar, arrumbados desde que
los heredé, los paisajes que aquel hombre ha pintado parecen estar incómodos y enrarecidos allí apoyados en el piso: una
cabaña en la entrada de un bosque, un camino que se abre entre dos campos de
cultivo, un par de árboles furiosos, un lago frente a una montaña, un río sobre
el que cuelga un sauce, dos casas de techo rojo entre el verde de una montaña. Seis
horizontes a la altura de mis tobillos. Seis paisajes poco reconocibles de un
autor casi enteramente anónimo que apenas sobrevive por los relatos familiares.
En
las obras de Landet este tipo de pinturas anónimas y aparentemente
intrascendentes son el material mismo de su producción. Landet buscó durante
meses cuadros baratos en los mercados de pulgas, paisajes tonalizados por el
tiempo y cubiertos de una pátina melancólica. Los ha recortado mediante una
grilla milimétricamente marcada y ha logrado obtener cientos de pequeños
cuadrados iguales que redistribuye, sólo aparentemente, al azar.
Si
pensamos en la porción más manual del proceso que lleva a Landet a recortar y
reposicionar los fragmentos sería sencillo, pero falaz, pensar que se comporta
casi como un científico o como un académico: clasificando, fragmentando,
analizando, volviendo a clasificar, citando y concluyendo (Hace un par de años
Landet dijo que su taller era como un laboratorio). Pero querer entender el
arte conceptual como una ambigua producción científica es olvidar sus aspectos
sentimentales y olvidar las otras aristas que lo componen: aquellas que más se
parecen a las de sus ocasionales y simples espectadores.
Conviví
con los cuadros de mi tatarabuelo desde mi infancia, cuando estaban colgados
sobre las paredes de una lejana casa de la provincia de Córdoba, cuando sus colores
no estaban tan apagados y sus figuras aún no se habían craquelado lo suficiente
como para denotar el severo paso del tiempo. Hoy podría afirmar que en el
transcurso de los años de vida que llevan estos cuadros no fueron vistos por
más de cincuenta personas. Sin embargo ninguno de ellos, ni siquiera yo hasta
hace algunos años cuando me adueñé de estos cuadros, se detuvo frente a este tipo
de paisajes como merecen ser vistos, como lo ha hecho Landet con los cuadros
que recorta: con asombro.
Asombrar
es causar gran admiración. Asombrar es ver o sentir algo nuevo, es experimentar
algo distinto sobre algo que ya conocemos. Porque asombrar es,
etimológicamente, sacar algo de las sombras y devolverlo a la luz: A sub umbra. Pero sabemos que regresar
algo de las sombras, lleve el tiempo que lleve “aquello” en la oscuridad, es
verlo otra vez sólo para hacerle nuevas preguntas y volver a colocarle sombras,
dudas, interrogantes. Asombrar es aclarar y oscurecer en el mismo movimiento.
Al
mirar las obras de Landet es imposible no querer recomponer los paisajes
identificando los fragmentos y buscando a sus compañeros diseminados en la
misma obra o en las restantes como en un divertido y a la vez exasperante
rompecabezas. Observar estas obras es querer recuperar la imagen que ninguno de
nosotros ha visto de esos paisajes, su imagen completa, que sólo Landet ha
visto cuando los encontraba entre muebles antiguos, carteles publicitarios de chapa,
vajillas, copas y otros objetos de los mercados de pulgas. Pero, ¿dónde está el
asombro en las obras de Landet?
El
asombro está allí en cada uno de los pequeños cuadrados que la componen, en
haber reconocido la gran admiración y las preguntas insistentes que se han
hecho estos pintores anónimos sobre el paisaje que observaban. Pero no con una
mirada amplia y abarcativa sino una mirada que se detenía en los detalles: los
distintos y pequeños colores que tiene un mismo cielo, las ligeras variaciones
de las formas de un árbol diminuto, las ligeras curvas que hace un río en uno
de sus trechos. Landet, recortando y distribuyendo por tonos, por colores o por
tipos de pinceladas, vuelve a detenerse en los detalles en los que se detuvieron
estos pintores desconocidos, como en los que se detuvo mi tatarabuelo al pintar
estos paisajes que hoy me miran desde abajo. Así las obras de Landet son,
también, un pequeño homenaje a los talentos perdidos y sólo reconocidos por las
anécdotas familiares.
¿Qué
otras personas observan desde los detalles casi olvidándose de las grandes
estructuras? Los niños. Para ellos los paisajes directamente no existen, no se
detienen en la belleza estetizada de una cascada y su entorno natural ni en el
modo en que un atardecer colorea una sierra. Son las piedras pequeñas, las
flores o los árboles para colgarse aquellas cosas que les causan admiración. Se
asombran con la inmensidad sólo cuando está cerca y pueden compararla con sus
propios cuerpos, desde sus propios cuerpos.
El
asombro es para Landet algo que el espectador debe encontrar en sus obras pero no
por ello recurre a las proyecciones, las luces o las estructuras gigantes y
espectaculares o a la propia sensación de inconmensurabilidad de los paisajes
románticos. Y quizás por esa razón la infancia es un sustrato común en gran
parte de sus obras.
En
“Un libro rojo” (2007) construyó una escalera de madera que se inclinaba y
terminaba en un pequeño compartimiento de madera que colgaba del techo como un
ático. Una vez allí, con la cabeza solamente protegida y las piernas sobre la
escalera, aquel cubo de madera exhibía libros clavados y completamente
subrayados en un fatídico color negro. La militancia política de sus padres en
plena dictadura militar y el descubrimiento, tras las puertas superiores de un
armario, de libros que se creían “subversivos” son las principales bases sobre
las que se desarrolla aquella obra. En “Volemia” (2012), también una
instalación, un rincón de la galería neoyorkina Dotfiftyone fue protagonista.
Allí desde una pequeña caja de madera a la altura del techo goteaban lentamente
6 litros
de tinta negra sobre una pila de 5034 hojas. Hay allí, reconocería Landet
luego, “algo de las impresiones caseras de panfletos que hacían mis padres y
donde me manchaba con tinta las manos”.
Al
crear con el asombro Landet regresa quizás involuntariamente sobre aquellas
marcadas experiencias de la infancia, las regresa a la luz y utiliza sus obras,
entre otras cosas, para llenarlas de nuevas sombras. Pero Landet tiene hoy un
hijo de cuatro años y puede observar bien de cerca los asombros que guían el
crecimiento. Quizás ya haya comprendido, como escribió Héctor Tizón, que el
tiempo no se mide en años sino en asombros.
Los
cuadros de mi tatarabuelo son seis pequeños paisajes de geografías que apenas
conozco y casi no podría ubicar en algún mapa. Incluso supe que eran de él
cuando ya había abandonado la adolescencia. Mirarlos y preguntar por ellos fue
volver sobre la historia heredada y sobre los recuerdos de mi propia familia.
Es aquí donde el mecanismo del asombro, aquel sacar y regresar a las sombras,
es idéntico al de la memoria. Aquella que une las historias familiares y
aquella gracias a la cual hoy festejamos la valentía de jóvenes como los padres
de Landet.
Quizás
sea este, ahora sí, el momento de colgar aquellos cuadros de mi tatarabuelo y
devolverlos al lugar para el que fueron pensados, a la altura de un par de ojos
adultos. Quitarlos de las sombras para volver a ensombrecerlos con nuevas
preguntas y nuevas respuestas. Porque podrán regresar a la pared sólo después
de haber comprendido, como lo ha hecho Landet, que estos cuadros valen no tanto
por su majestuosidad técnica, por sus propuestas estéticas o por su “carácter
decorativo” sino por ser, sencilla y dramáticamente, la reafirmación de la
memoria y, de tal modo, un acto político actualizado y profundamente tajante. Porque
la reflexión sobre la memoria y el acto de crear (las pinturas de paisajes o
las obras de Landet) no son objetivos separados sino el mismo: no se puede
hacer una obra de arte sin estar haciendo explícito un ejercicio de memoria. Una
vez que comprendamos esa interrelación el arte, en cualquiera de sus formas,
será político aunque no lo pretenda. Y en aquel momento, elegir un cuadro y
colgarlo en la pared también lo será.
José Luis Landet - “Verosimil/Ficcional”
Document Art Gallery. Martin Ignacio de
Loyola 32 (CABA, Argentina)
Desde el 13 de marzo de 2013 al 30 de
abril de 2013
Horario: Lunes a viernes de 10 a 16hs (Horarios especiales
y fines de semana con cita previa)