En 1986, cuando Ron Mueck aún no sabía casi nada del mundo del arte (de
los museos, de las galerías y del enorme caudal de dinero que fluye por debajo)
realizó dos espectaculares marionetas para la ya mítica película “Laberinto”, esa
fantasía cinematográfica protagonizada por David Bowie.
Claro que aquella tarea artesanal y sin ningún protagonismo que Mueck
realizaba en silencio, no era más que la coherente continuación del oficio de
jugueteros que tenían sus dos padres alemanes. No es difícil entonces imaginar
aquella infancia, y sus primeros pasos en el mundo del cine y la televisión,
completamente rodeado de personajes imaginarios, colores estridentes y rostros
caricaturescos.
Sin embargo las esculturas de Ron Mueck, algunas de las cuales presenta
en Fundación Proa hasta el 23 de Febrero de 2014, destacan por algo
completamente distinto. Todas ellas son las representaciones extremadamente
reales de personajes cotidianos en situaciones banales: parejas, hombres solos
y misteriosos, madres con sus hijos (hasta un pollo desplumado). Todas figuras hechas
en fibra de vidrio, resina poliester y cabellos naturales que vuelven a dar
sentido a aquella frase que Miguel Angel le gritó a su Moisés: “¡Parla!”. Todas
y cada una de ellas muestran un realismo que asusta.
Pero no es eso lo único que sorprende en el estilo de Mueck. Desde sus
primeras producciones en 1996 Ron Mueck nunca respetó las dimensiones normales
de las figuras que elije representar: la mujer sencilla que carga sus compras y
a su pequeño hijo con la misma desesperanza mide 113 cm; mientras que la pareja
de ancianos bajo la sombrilla y agobiados por el calor es capaz de ocupar la
mitad de la enorme sala del museo.
Si “Laberinto” tenía bastantes deudas con el clásico de Disney “Alicia
en el país de las maravillas”, Ron Mueck construye, aún con sus figuras
hiperreales, un espacio también fantasioso donde las figuras crecen y se
achican desmesuradamente. Así, pese a la fidelidad de las uñas, de los pelos,
de las venas y de las imperfecciones de la piel, sabremos (mientras caminamos
entre ellas) que las únicas personas reales ahí somos nosotros. Y eso es en
verdad lo que más asusta.
Sin embargo pese a esta avanzada tecnología de fabricación Mueck aún
sigue respetando los parámetros tradicionales de la escultura. A partir de
mediados del siglo XVI la escultura empezó a tomar conciencia de que su gran
característica era la tercera dimensión (a diferencia de las pinturas). Desde
aquel momento los escultores comenzaron a darla mayor relevancia a las otras
vistas de una escultura y se dieron cuenta de que podían narrar una historia en
el tiempo que llevaba girar alrededor de ella. El juego se daba entre todos los
perfiles que pueden tener las figuras humanas.
Y ese mismo es el hilo que parece reunir a estas esculturas. Quizás por
esa razón la primera obra que se ve en el recorrido es Máscara II (2002): un
retrato enorme de la cabeza del artista, dormido sobre una tarima, y que sólo al
rodearlo percibimos que se trata de una fachada. Lo mismo sucede con Pareja Joven (2013). De frente creemos
ver el avergonzado acercamiento de dos jóvenes enamorados; detrás, la mano de
ella sometida al maltrato masculino.
Pero estas obras que parecen hablar de la soledad, de la vejez o el amor
se pierden detrás del mayor peligro: el asombro por la técnica. Ahí es donde
Mueck y nosotros mismos podemos llegar a equivocarnos. Incluso la curadora
eligió cerrar el recorrido de la muestra con un extenso video que muestra, sin
una sola palabra, todos los pasos del minucioso trabajo: Mueck es su técnica y
nada más.
En realidad muchas de estas obras, que podrían convertirse si lo
quisieran en símbolos necesarios de problemas contemporáneos (como el caso de
la obra Juventud), nacen de la neutralidad
(la curadora Grazia Quaroni dijo que la obra de Mueck no intenta narrar nada,
que es neutral) y de la negación de Mueck a hacer declaraciones.
La escultura de Mueck es la misma escultura realista del Renacimiento
pero atravesada por la sensibilidad posmoderna televisiva: no le basta con que
la piel y el pelo sean de mármol o de bronce, no nos basta con que la figura
tenga imperfecciones y defectos sugerentes (como en los “Esclavos” de Miguel
Angel o las últimas esculturas de Donatello). Ahora pareciéramos necesitar,
para poder “sentir”, que esté todo allí puesto frente a nosotros: nada se puede
dejar a la deriva ni a la imaginación. Como si sólo pudiéramos ver aquello a
que nos ha acostumbrado la tecnología y el HD. “No es un intento de hiperrealismo
sino un modo de lograr que hagas una conexión más directa con las esculturas”,
dijo su asistente en una entrevista de este año. Entonces la pregunta que habrá que hacerle a Mueck es: una vez
establecida esta conexión directa, ¿sabemos para qué la hemos construido?